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viernes, 22 de junio de 2012

BUENAS NOCHES, BUENOS DIAS (Cuento)

Él y su grupo de amigos habían decido pasar el largo fin de semana alejados de la ciudad para poder despejar un poco la cabeza de tantas responsabilidades y preocupaciones que iban asumiendo conforme iban creciendo.


Después de tres horas llegaron al último pueblo en ruta. Era un pueblo cuyas casitas eran de material noble. La mayoría de ellas se encontraban deshabitadas y algunos casos habían sufrido las inclemencias del tiempo, haciendo que el techado de madera y se desplomase. Muchas de las familias habían decido dejar sus hogares para mudarse a las ciudades más próximas con la finalidad de poder buscar su prosperidad.

Después de unas horas de explorar el casi fantasmal lugar, se concentraron en hacer los preparativos para la siguiente etapa de su viaje. De ahí eran aproximadamente de tres a cuatro horas que debían seguir de caminata en terreno montañoso, cuesta arriba. La caminata en algunos puntos era fácil. En otros era algo difícil. Sin embargo, ante el ánimo de conocer un lugar nuevo, el cansancio era algo en lo que uno no repararía sino hasta haber alcanzado la cima.

Ya conforme iban alcanzando su destino, la vista del lugar se hacía cada vez más impresionante.

Lo primero en recibirles fue la vista de las ruinas más próximas al lindero de la ciudadela. Al terminar de doblar la curva del sendero pedregoso, contemplaron las antiguas construcciones de piedra que el paso del tiempo había hecho mella, más no los destruía por completo. Incluso los techos de dos aguas cubiertos por una especie de empastes de hierba y cañas, se mantenían firmes y bullentes de nuevas hierbas que crecían tímidamente en forma desordenada.

Una vez ahí, la vista era no menos que impresionante. La ciudadela a la derecha imponente, imperecedera y misteriosa. El sol a la izquierda dominante, entre el matiz amarillento y naranja, tras el velo de nubes amoratadas que lentas cruzaban indiferentes al espectáculo natural del que eran participes, mientras el gran astro continuaba en su descenso diario para sumergirse en el mar.

Levantadas las carpas, ubicaron las tres de tal forma que cada una daba cara a las otras dos, formando en conjunto una figura triangular de diferentes colores vista desde el cielo. Y en el centro de aquel triangulo multicolor, una fulgurante luz cambiante, indecisa por dirigirse a alguna de las aristas. Aquella luz central era la fogata persistente que luchaba por su existencia mientras se debatía contra el viento.

El frio arreciaba. Se hacía más intenso conforme avanzaban las horas.

Decidieron dormir temprano esa noche, estaban cansados y tenían todo el día para poder explorar el lugar con mayor detenimiento y dedicación.

///

Algo lo despertó. Un ruido amortiguado. Como si algo hubiese impactado contra una superficie densa y resistente.

Decidió no hacer caso, se acomodo lo mejor que pudo y trato de recuperar el sueño que se le estaba escapaba de a pocos.

Nuevamente aquel ruido.

Tal vez se tratase de los irreverentes de sus amigos tratando de jugarle otra broma. Tenían la mala costumbre de jugarle bromas de muy mal gusto. En una ocasión lo hicieron aparecer desnudo delante de todos los presentes a un evento organizado para recaudar fondos. En otra, le hicieron creer que había sido ganador de un premio que había estado necesitando. Y la última y más despreciable de todas, fue haberle hecho creer que uno de sus familiares había muerto. En esta ocasión no estaba dispuesto a hacer el rol de bobo.

Otro ruido. Diferente, como si algo impactase contra una superficie dura, pero no lo suficientemente resistente como para ser quebrado.

Tomó la linterna. Se colocó las botas, una casaca de esas térmicas y un pasamontañas. Decidió salir a mirar, aun así, la curiosidad pudo más que su cautela.

Corrió lentamente el cierre de la carpa y asomó la cabeza tratando de mirar lo que se pudiera entrar en su proximidad más cercana.

Nada. Nadie.

Encendió la linterna y la dirigió directamente hacia las otras dos carpas. Las entradas parecían estar abiertas. Salió completamente y se fue acercando. Primero hacia la que se encontraba a su izquierda. Alumbró por fuera hacia la entrada y lentamente se fue acercando para poder ver dentro. No había nadie.

Acto seguido se dirigió hacia la carpa de la derecha. Empezó a acelerar el paso. Hizo lo propio y con determinación procedió de la misma forma que antes. Tampoco había nadie.

Giró sobre sus talones rápidamente, levantando una polvareda y emitiendo un ruido muy raro como de hojas y ramas remojadas. Contemplo el punto donde se encontraba en pie y se dio cuenta que había una mancha carmesí oscura. No le bastó mucho esfuerzo reconocer de que se trataba. Y conforme fue alumbrando el suelo, se dio cuenta que había una serie de manchas irregulares en tamaño y forma que continuaban en dirección hacia la ciudadela. Y conforme dirigió la mirada hacia allá, en las ruinas, se percato que había una gran llamarada como si acabase encenderse al verse descubierta.

Corrió.

Y al llegar ahí, una especie de plazuela en el centro de las ruinas, una gran mesa de piedra se encontraba flotando a metro y medio del suelo. Encima de ella, una gran hoguera se elevaba hacia el cielo.

Y debajo de la gran piedra flotante, los cuerpos de sus amigos, decapitados.

Un gran terror lo invadió. No sabía cómo reaccionar, ni mucho menos qué hacer. Miró a un lado, miró al otro, miró en todas direcciones y no vio las cabezas de sus amigos por ningún lugar.

Solo logró descubrir entre las ancestrales construcciones restos de huesos, grandes y pequeños. Sombras que empezaban a moverse y a correr entre los diversos puntos, como saltando, tratando de esconderse o de alcanzarle.

Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos. Los cerró con fuerza, mientras suplicaba a los cielos que todo esto se tratase de una broma más de sus amigos, quienes yacían muertos bajo la gran losa.

Un crujir de ramas.

Abrió lo ojos y volteo para mirar quien estaba atrás suyo. Fue cuando vio la gran hacha que se dirigía a gran velocidad hacia él, buscando completar el trabajo que había empezado con sus amigos. El impacto fue potente, terrible y certero.

Se atraganto por última vez con su propia sangre y sintió que su cuerpo le dejaba de obedecer sus desesperadas órdenes para escapar.

Sus ojos se dieron vuelta sobre sus cuencas y la oscuridad completamente lo cubrió...

///

Se despertó de golpe. Sudando frio. Buscó torpemente su linterna empujando todos los bultos que tenia dentro. Se colocó sus botas y se olvido del frio acuchillante que le impactaba conforme fue saliendo de su carpa. Se tropezó con la base de la entrada, haciéndolo caer sobre sus rodillas en el suelo lleno de hojas, ramas y pequeñas piedras. Ignoró el dolor. Se puso en pie y se dirigió rápidamente hacia las carpas de sus amigos.

Se calmó. Cerró con mucho cuidado las entradas de las carpas y se dirigió de vuelta a la suya. Cerró su entrada. Se acomodó en su bolsa para dormir.

Todo había sido un mal sueño. Una pesadilla consecuencia de toda la preocupación que tenía.

Estiró su mano izquierda y derecha a los lados para tantear y revisar las cosas dentro de su carpa. Estaba mucho más tranquilo ahora. Se rió nerviosamente pero muy aliviado.

Sus amigos se encontraban en sus carpas, arropados y dentro de sus bolsas de dormir. Tal cual como él los había dejado.

A su derecha encontró el largo y grueso mango de madera pulida del hacha, justo donde lo había dejado.

A su izquierda ubicó las 4 bolsas donde había colocado las cabezas de sus amigos. Justo como las había dejado.

Ahora ya estaba mucho más calmado, pues si bien fue una pesadilla, le había dado la solución a su preocupación. Mañana antes del amanecer, llevaría los cuerpos a las ruinas y los quemaría dentro de los nichos.

No estaba dispuesto a hacer el rol de bobo. Nunca más.

***

MONSTRUOS (Cuento)

Mi madre estaba a mi lado, consolándome. No podía creer lo fuerte que había gritado, haciendo que me escuchara de entre todo el bullicio que había abajo en el primer piso…


Era la reunión de celebración por su ascenso en la oficina. Gerente Regional, escuche que decían. Supongo que debería ser importante para tanta celebración. Muchas personas vinieron. Sus amigos de la oficina, del gimnasio, los vecinos y gente que no conocía hasta hace unas horas. Estuve entretenido por un buen rato, hasta que dieron las 10 de la noche y mi madre me dijo que ya era hora de que me vaya a la cama. Reclame, exigí y patalee a más no poder. Inútil fue todo. Mi madre me miró seriamente, esa mirada que solo las madres saben dar a sus hijos cuando nada en el mundo sabes que podrá cambiarla de opinión. Tome mis cosas y uno que otro dulce que quedaba por ahí y subí derrotado a mi habitación. Mire de reojo a mi madre, con la idea de que en mi expresión encontrara la indulgencia de su corazón. Continúo con esa mirada. Sin embargo, decidió subir conmigo. Me llevo a mi habitación, me hizo ponerme mi pijama. Me envió a lavarme mis manos y dientes. Me arropo como muchas noches. Encendió la lamparita aquella que siempre me gustaba mirar por las noches, mientras los figuras que se proyectaban de la pantalla, recorrían las paredes en variados colores. Me leyó del cuento que venía leyendo desde la semana pasada. Revolvió mi cabello y me dio un beso en la frente, deseándome las buenas noches y con aquellas miradas derretidoras de cariño que solo un niño podría ver en una madre, cerró la puerta y me dejó.

Me acomode lo mejor que pude y me dispuse a dormir. Al menos, eso esperaba.

Escuche un sonido agónico y aterrador. Instintivamente atine a cubrirme con las sabanas y permanecer oculto y protegido debajo de ellas. Que ingenuo. Un ruido gutural, una respiración terrible y entrecortada empezó a resonar en mi habitación. Thump!! Thump!! Thump!!! el ruido ahogado de las horribles pisadas en la alfombra de caricaturas que mi madre compró hace tiempo para consentirme. A continuación, lo peor, la sabana estaba siendo jalada. Puse toda la fuerza que pude en mis brazos y jale para impedir que me despojaran de mi última protección. Fue inútil.

La sabana cayó, quede descubierto y no había nada a mi alrededor. Di una larga exhalación de alivio. Entonces, lo escuche, la voz más aterrorizante que jamás escucharía hasta ese momento en mi vida y esa mirada espeluznante.

Minutos después, mi madre subió, me encontró en una esquina de mi cama. Junto con ella, subieron unos compañeros suyos para ver si todo estaba bien. Ella asintió con la cabeza y les dijo que la esperaran abajo. Ellos hicieron una señal de aprobación con la mano, no sin antes mirar detenida mi habitación en todas direcciones.

Le explique que había un monstruo en mi habitación, que había amenazado con llevarme y matarnos a todos. Debíamos huir rápidamente. Sacar a todos de la casa y escapar. Lejos, muy lejos.

Mi madre me miraba muy preocupada, más de lo normal. Era obvio que no me creería ninguna palabra. Qué más podía esperar, solo era un niño, no tenía porque creerme. Pero, lo hizo. Al menos en cierta manera. Me pidió que me calmara. Se puso en pie y empezó a revisar toda mi habitación, debajo de la cama, en el armario, mis cajones, los cestos de ropa y juguetes, salió a revisar el pasadizo, el baño. Realmente revisó minuciosamente todo. Luego se sentó nuevamente junto a mí en la cama. Me abrazó fuertemente y me dijo que todo estaba bien. Fuese lo que haya sido ya no está, ya se había ido. Mañana en la mañana llamaría al sacerdote de la iglesia y revisaría con él la casa completa.

Realmente era un alivio. Aunque algo dentro de mí me perturbaba terriblemente, no sé si era el hecho de que no hubiese encontrado nada o tal vez el hecho que le haya prestado demasiada importancia a lo que le había dicho.

Me volvió a arropar en mi cama. Me dio un beso en la frente y me dijo que mañana solucionaríamos todo, que no me preocupase. Le creí y me dio la calma y seguridad que a todo niño reconfortaría para toda su infancia. Se puso en pie, se dirigió hacia la puerta y sonriéndome cerró la puerta de la habitación.

Los minutos que siguieron quedaron grabados para siempre en mi memoria, pues, a los segundos después que cerrara la puerta mi madre, unos ojos color verde esmeralda se encendieron en el aire, muy intensos, al lado de mi cama, mientras las sombras se empezaban a arremolinar a su alrededor dando forma a la criatura más grotesca y abominable que pudiera concebir mente alguna. Especialmente la de un niño.

El monstruo se acercó lentamente a mí, mientras sus fulgurantes ojos color esmeralda no dejaban de mirarme. Abrió sus terribles fauces, mostrando las filas de puntiagudos dientes que la llenaban. Cerré los ojos lo más fuerte que pude…

¿Hablaste con ella? - me preguntó. Le dije temerosamente que sí, pero que no me hizo caso, inicialmente parecía preocupada y pensé que me había creído, pero me dijo que lo arreglaríamos todo mañana.

La criatura se puso en pie y emitió un muy controlado rugido.

Para variar nunca hace caso, nunca lo hizo - gruño - Tenemos que irnos, ahora, no tenemos tiempo.

Le pregunte qué pasaría con mi madre y todos los demás que se encontraban abajo. Fue en ese momento que empezaron los gritos dando respuesta a mi preocupación. Era demasiado tarde.

Las lágrimas inundaron mis ojos. La impotencia de no poder hacer nada para ayudar, salvar a mi madre. Ser víctima de fuerzas inevitables que controlan mi vida y mi destino. Aun soy tan pequeño. Porque las cosas deben ser así? Agache la cabeza, cruce las manos y empecé a jugar con mis dedos, consecuencia de los nervios y del terror que sentía. Tal vez cuando crezca entienda al mundo que me rodea.

Tenemos que irnos, antes que suban por ti. Ahora lo único que importa eres tú. Tu madre nunca me hizo caso, lo único que hizo y quiso es hacerme ver siempre como un monstruo ante ti. Ahora ya no hay marcha atrás, debemos irnos hijo.

Mire a la terrible y monstruosa criatura que era mi padre, abrazando con doloroso sufrimiento la chocante realidad. Mi madre siempre me ocultó la verdad acerca de él, pero en el fondo sabía que lo que esa horrible bestia me decía era cierto y que ellos solo lo habían hecho para protegerme. Los sentimientos de pena, miedo y confusión se iban diluyendo dando paso lentamente a aquella acogedora sensación de aceptación. Quizá cuando crezca, entienda mejor estas cosas.

Me trepó en su espalda y se lanzó hacia el interior del armario, donde todo empezaría a tener sentido para mí…

***

LA MUSA (Cuento)

Decidí sentarme a escribir algo nuevo. No se me ocurría nada. Así que mientras pensaba en cómo llenar algunas líneas en el papel, opte por salir un rato a dar una vuelta, tomar algo de aire y despejar la mente para motivarla a captar alguna idea con que poder trabajar al retorno.


Tome mi abrigo, puesto que el clima había estado helando en estas últimas noches, clara señal que el invierno se estaba acercando. Cogí las llaves del gancho y con un ruido quejumbroso de la puerta al abrirla, me aventure hacia la noche. Mientras bajaba por las escaleras, ya que mi departamento es en el quinto piso, me detuve a mitad del tercero y saque un cigarro de mi abrigo. Necesitaba un poco más de estimulo para protegerme del frio. Al disponerme a continuar, vi que entre las sombras que se formaban con la luz de mi encendedor y la oscuridad del lugar, venia subiendo una mujer muy hermosa y de pronunciada figura. Me quede petrificado, tanto por la sorpresa de su inesperada presencia como de su atractivo aspecto. No pude evitar no dejar de mirarla de pies a cabeza. Y con cada paso que ella daba en mi dirección, no podía dejar de mirarla contornearse. Ni siquiera en el preciso instante en que levanto la mirada y me atrapó mirándola de forma casi libidinosa. Se hizo a un lado y paso por mi costado continuando con su camino. Una oleada de calor invadió mi rostro. Debió notar el color en mi rostro y mi expresión de estúpido con la mirada perdida. Por misma vergüenza no voltee a mirarla y solo esperaba que ella continuase su camino. Respire profundamente y una vez despabilado, empecé a descender. Fue en ese preciso instante en que escuche su melosa voz proveniente de escalones más arriba que me decía: “Sígueme”

De forma casi automática gire sobre mis talones y decidí seguirla. Realmente no estaba seguro de lo que estaba haciendo ni el por qué me comportaba de esta manera. Estaba como hipnotizado. Podría haberla seguido hasta donde ella me hubiese dicho sin poner objeción alguna.

Entramos a su departamento.

Debo admitir que no me percate cual departamento era o en qué piso me encontraba en ese momento. Solo sé que me encontraba completamente fuera de mí. Me hizo recordar aquellos cartoon animados que veía de pequeño en la televisión cuando los pobres animales hambrientos eran transportados embobados por el aroma de la torta recién horneada. La puerta se cerró detrás de mí sin importarme como.

Conforme la seguía, ella volteaba mirándome con su mirada endemoniadamente coqueta y seductora, atrayéndome hacia ella. Hasta que se detuvo, extendiendo el brazo izquierdo, apoyándose sobre el marco de la puerta en la que se encontraba, la cual daba a otra habitación. Empezó a desprenderse de sus ropas.

Esto me demostró que realmente me encontraba bastante corto de imaginación, pues al contemplarla a flor de piel, una vez librada de toda barrera visual, la divinidad de su presencia, lo impresionante de su figura, iba más allá de lo que jamás podría haber imaginado.

Continúo lentamente hacia el interior de la habitación. Yo quede aún absorto de aquella magnifica visión que mi cerebro se negaba a olvidar. Su dulce y delicada mano se asomo por la puerta y con el dedo índice empezó a indicarme que ingresara.

Y aunque por muy extraño que parezca y por muy bastardo afortunado que pueda parecer, algo en mi interior me decía algo no estaba bien pero no era capaz de entender que cosa. El lugar me daba cierta sensación de familiaridad y el miedo empezaba a hacerse manifiesto en mi corazón.

Fue una cuestión de segundos que parecieron una eternidad, decidiéndome a continuar en busca de ella, dirigiéndome a la habitación en la que ella me había invitado a ingresar tan sensualmente como fuese posible.

Ingrese lentamente, el miedo había crecido exponencialmente en mi sin explicación alguna. Como pensar que algo así podría estar pasando. Y fue en ese preciso instante en que vi a un hombre sentado en una pequeña banca negra giratoria con ruedas en las patas. Tenía medio cuerpo apoyado sobre una mesa inclinada. Parecía inconsciente. No podía ver su rostro, pues solo lo veía de espalda. Esto ya empezaba a perder toda la marcha inicial.

Ella completamente desnuda y exuberante, se puso del otro lado del sujeto inconsciente, quedando frente a frente ella de mí y él en medio de nosotros.

Mi miedo se disparó al máximo dando paso al terror al percatarme que de la mano izquierda que tenia oculta tras su curvilínea figura, sacaba un enorme cuchillo. Podía asegurar que se trataba de uno de esos cuchillos de carnicero, capaces de partir hasta los huesos.

Ella lo levantó en alto. Le grite que se detuviera, al mismo tiempo que aquel hombre inconsciente empezaba a gritar también por su vida, pero aun así no se movía para protegerse. El cuchillo descendió a tal velocidad que lo atravesó de un lado al otro.

Fue en ese preciso instante que sentí el frío metal en mi pecho, dando paso a la calidez de la sangre que brotaba de mi interior, mientras la macabra risa y ojos demenciales de aquella mujer deformaban su bello rostro en una caricatura endemoniada de maldad.

Abrí los ojos. Juro que grite de tal forma que nunca jamás en toda mi vida había hecho. Me puse en pie bruscamente haciendo que la silla en la que me encontraba saliera despedida hacia atrás haciendo un ruido torpe. Me había quedado dormido sobre la mesa mientras trataba de escribir algunas ideas. Sin embargo, una mayor sorpresa me esperaba, pues en mi mano derecha sujetaba un enorme cuchillo de carnicero y mis manos se encontraban cubiertas en sangre. Entre los papeles desordenados que se encontraban en la mesa me percate que estaba escrito en sangre en un conjunto de ellas lo siguiente:

-“¿Ahora tienes alguna idea para escribir?”-

Deje el cuchillo a un lado y empecé a escribir.

***



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miércoles, 20 de junio de 2012

SINGULARIDAD (Cuento)

Solo mantenía una idea en su cabeza: Encontrarla y decirle lo que pensaba. Lo que sentía.

Había tenido mucho tiempo para meditar y pensar la mejor forma de transmitirle todo aquello que llevaba dentro. Todo era tan complicado. Él también lo era, pero no porque le gustase serlo. Era una de esas cosas inevitables y paradójicas como nacer un 29 de Febrero. Tal vez si tratase de explicárselo nunca lo entendería. Ni siquiera él es capaz de entenderlo.

Se dirigió en su encuentro. Ella mantenía su rutinario recorrido de retorno a casa después de un pesado día en la oficina. Se detuvo en un café y permaneció ahí leyendo un libro. Se encontró con su amigo, Leonel, y estuvieron conversando por largo rato. No debía interrumpirla. Sin embargo, sabía que el tiempo se acababa.

Faltando cinco minutos para la media noche, ella cruzó el umbral del lugar, mientras reía por algo que Leonel le había dicho. En ese instante tuvo esa sensación de Dejà vu, como si su mente y su cuerpo fuesen arrastrados hacia un remolino invisible y le extrajesen su palpitante corazón por los oídos, la nariz y el ombligo. Se tomó unos segundos para recomponerse. Levantó la mirada y lo vio a Él al otro lado de la pista. Ella soltó el libro que abrazaba contra su pecho. Su expresión era como la de haber visto un fantasma.

Se olvidó de Leonel y aceleró su paso en dirección a su encuentro. Él hizo lo mismo, sin preocuparse de los autos en tránsito.

Se encontraron en el centro de la pista. Contemplándose. Ella sin creer lo que sucedía. Él sin estar seguro de cómo proceder. Nunca fueron buenos para estas cosas. Nunca supieron que hacer antes y ahora mucho menos. Ni aquí ni allá, en ese entonces. Solo hasta este momento recordaron que les bastó conocerse un día para saber que necesitaban estar juntos, sin importar como o sin entender por qué, a pesar de las cosas inexplicables, los momentos tristes o las complejas consecuencias que desencadenaría su reencuentro.

Saber hacer lo necesario no era lo mismo que saber lo que se necesita hacer. Y aunque sabía que acelerar las cosas arruinaría todo, contaban con muy poco tiempo para hacer lo que querían.

Y si bien ambos se quedaron como congelados en el tiempo mirándose mutuamente, con una súplica anhelante reflejada en sus ojos que los segundos se alargaran lo suficiente y lo necesario, no pudieron pronunciar palabra alguna.

¿Lo habían olvidado todo?

No, no era así. Al menos no necesariamente. Pues si en sus mentes no existiese el recuerdo, en su ser algo les decía que se conocían y que debían permanecer juntos.

Simplemente se acercó a ella y la besó.

Ella mantenía los ojos cerrados. Sintió esa calidez en los labios recorriéndole hasta el corazón y calentándole el resto del cuerpo hasta llegarle a los dedos de los pies y encogerlos por la emoción.

Y al abrir ella los ojos se dio cuenta que estaba sola.

Se dio cuenta que se encontraba en el medio de la pista sin explicación alguna. Los autos cruzaban esquivándola, mientras los conductores le gritaban improperios. Miró su reloj y era un minuto pasada la media noche del primero de Marzo del 2,012.

Tenía la impresión de estar ahí por alguna razón, por una fuerza imperiosa en su corazón, la cual se iba encogiendo nuevamente al saber que había sufrido una gran pérdida. Nuevamente.

Leonel se acercó a ella y le preguntó por qué había hecho todo eso. Ella lo miró, con acongojada expresión en el rostro y le dijo que se iría sola a casa.

No supo que decir, solo asintió con la cabeza y le pidió que se cuidara mucho.

Mientras ella se alejaba, Leonel se mantenía consternado ante lo sucedido. Si bien ella es una mujer bastante agradable y alegre, hay momentos en que se vuelve una persona muy extraña. Y aunque comprendía que la vida de ella había sido difícil, tras haberse alejado por largo tiempo para superar una profunda depresión, jamás lograría entenderla por completo. Tal vez sea cierto eso de que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus.

Sin embargo, aunque suene cómico o a locura, no hay teoría científica, ni cuerdas que la sostengan, tan triste historia la que ella atravesó hace algún tiempo, pues cuando existe un dolor tan grande, un vacío tan inmenso, la complejidad del cosmos no se limita solamente al espacio exterior conocido. Pues si este vacío creciese más allá de lo racional en cualquier punto del espacio, como en el corazón, no habría agujero negro cual envidiar, pues por su propia fuerza gravitacional sumada a las más fortuititas y complejas de las circunstancias, las almas coinciden en una nota universal, tal singularidad, en el punto de inflexión entre lo blanco y lo negro, es capaz de atravesar barreras, distancias y universos.

Y si tan solo Leonel pudiera sentir lo que ella sintió en aquel momento y si la mente humana fuese capaz de liberarse de sus ataduras existenciales superando las limitantes que encadena la razón y la ciencia moderna, se daría cuenta que más allá del velo de esta realidad, trasponiendo una que otra dimensión paralela, a menos de dos metros de distancia suyo, estaría un muchacho en pie mirando hacia el vacio con lagrimas en los ojos al ver que una vez más quien sería su alma gemela se había escapado de sus manos.

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ESTE NO ES OTRO FINAL FELIZ (Cuento)

Se frotaba las manos casi compulsivamente. Estaba nervioso. Aterrado. No era para menos. Las decisiones difíciles no son nada agradables y las consecuencias siempre caían dentro del saco de lo inimaginable. Había llegado aquella fecha en el año en la que sus demonios le torturaban más que en cualquier otra fecha. Porque? No era ningún misterio. Uno podría suponer que su ánimo se veía influenciado por toda la artillería promocional existente en la ciudad. Era como si al mirar en cualquier dirección te escupieran en la cara con la finalidad de recordarte que no encajas en este mundo ni en el mundo de otros. Solo en el tuyo. A nadie le importa un mundo alienígeno. Lo miran de costado y continúan su camino, como si no existiese, cual periódico viejo tirado en la calle.

Era el mismo lugar de todos los años, aquel sitio alejado y solitario como lo recordaba desde hace mucho tiempo. Pero con el tiempo todo eso había cambiado. Con el crecimiento de la ciudad, se había ido urbanizando. Y mucha gente ahora vivía en las cercanías. Y muchas personas ahora circundaban por el lugar. Aquel lugar al que no le gustaba volver, pero al que se veía obligado a regresar una y otra vez.

Hoy era ese día. Aquel día.

La vista desde aquel lugar era tranquilizadora. Siempre le hizo bien venir y contemplar el inmenso mar, al cual le temía desde pequeño por un incidente donde casi se ahoga. Con el tiempo lograron hacer las paces y se fueron haciendo amigos. Es interesante como circunstancias así hacen que la perspectiva para ciertas cosas se vea afectada de forma tan drástica, condicionándote para el resto de tu vida.

Tomó asiento en el borde del pequeño muro de protección, que fue construido para prevenir que la gente caiga al barranco de forma inadvertida. Más no de forma voluntaria. No era de mucha utilidad ante una mente determinada.

Y él estaba determinado.

Su rostro lívido permeaba su pesar interior. Su mirada vacía trataba de medir distancias desde donde se encontraba hasta al final de la caída. En su mente, trataba de imaginar cómo serían las cosas. La experiencia. Dolería? Definitivamente, estaba completamente seguro que así sería.

Rebotaría? Una vez vio caer un pobre animal desde un techo y emitió un golpe seco y una serie de crujidos instantáneos, casi imperceptible. Pero él lo escucho. Así como el quejido de dolor que emitía suavemente como si se tratase de un globo desinflándose penosamente.

Alguien lo extrañaría? Posiblemente, alguien tenía que hacer lo que estaba acostumbrado a hacer. Quien más lo haría sino él.

Llorarían? Bueno, el costo de morir es ahora más caro.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos, cortándole ese ciclo repetitivo de trivialidades en el que constantemente se encerraba. Se percató que no se encontraba solo. De no ser porque se sujetó en ese momento con sus manos al borde del pequeño muro, hubiera caído inmediatamente del susto que le causó al darse cuenta de la situación.

No volteó, pero sabía que alguien se encontraba ahí, sentada a su izquierda. Sí, era una ella. La miró de reojo y vio que era una joven delgada de largos cabellos negros que caían de forma sedosa y uniforme. Era de rostro dulce, pero de mirada triste. Tanta tristeza contenida en esos penetrantes ojos negros. Y aunque si bien sus finos labios dibujan una tímida línea casi imperceptible e inalterable, sentía que podía escucharla. No es esa clase de entendimiento físico de transmisión de ondas elásticas a través del aire y que el oído humano convierte mecánicamente para la percepción del cerebro del sonido. Era algo más, pero no sabía cómo interpretarlo. Como si su sola presencia transmitiese todo lo que quería decir. O mejor dicho, todo lo que él necesitaba escuchar.

Trató de ignorarla. No pudo. Fue lo contrario, empezó a sentirse atraído hacia ella, como si de repente se tratase de un canto de sirena que te cautiva y te llama, haciéndole recorrer un cálido sentimiento de añoranza por todo el cuerpo. No la clase de calor que quema y hace daño, sino esa sensación agradable de sentir alguien a tu lado. Esa tierna y dulce emoción que se siente de abrazar a alguien que quieres y no querer soltarle jamás. Esa añoranza que envuelve un conjunto de emociones felices que recargan la vida misma.

Y cuando estuvo en aquella fracción de tiempo en la estaba dispuesto a entregarse ciegamente a ella, cual la polilla se entrega a la llama, un grito ajeno lo sacó del trance.
Se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y no lo pensó dos veces. Miro a un lado y la vio completamente. Sentada contemplándolo. Llevaba puesto un vestido de colores mezclados. Luego miró al otro y se dio cuenta que había una pareja de enamorados que había contemplado toda la situación. Ella había emitido el grito de terror, mientras las flores que sostenía en brazos caían al suelo al momento que giró para refugiarse en los brazos de su amado. Él la sujetaba. Su rostro evidenciaba el terror que se atenazaba en su corazón y congelaba su cerebro. Más aún, él abrazó fuertemente a su pareja y giro como para protegerla, pero sin dejar de mirar lo que sucedía.

Fue entonces que el sujeto que se encontraba sentado en el borde de la pequeña muralla le dirigió una sonrisa, mientras empezaba a hacerse transparente, desvaneciéndose en el aire ante sus ojos.

Acto seguido, la figura de la mujer que también se encontraba sentada, le dirigió una mirada de duro desapruebo, pero no se veía en ella ni ira ni rabia. Sino de una terrible tristeza y soledad que le hacía sentir una inquietamente sensación de angustia en el corazón.

Ella también desapareció ante sus ojos.

***

Días después del susto, durante una conversación con unos amigos, contaron la extraña situación a la que se vieron expuestos.

Fue cuando se enteraron que hace mucho tiempo ese era lugar donde muchas personas agobiadas por las penas en su vida, decidían lanzarse al vacio para ponerle fin a todo.

Existían historias acerca de dos apariciones que eran vistas de forma muy frecuente en esa fecha en particular. Sin embargo, era la primera vez que escuchaban que ambas aparecían a la vez y más increíble resultaba que estuviesen interactuando entre sí.

Al parecer, la soledad no es algo que muere con el cuerpo físico y traspasa las fronteras que limitan la vida y la muerte.

Sin embargo, ante esa terrible conclusión, se cierne una luz de esperanza. Por más espeluznante que pueda ser la idea de que el dolor lo siga a uno en el más allá, es posible encontrar a alguien en ese lugar que se interese en ti y busque ayudar a pacificar el mundo de ambos, solo es cuestión dar el primer paso y saltar. Como todo en esta vida.

Y aunque la experiencia quedará en el recuerdo de ellos para siempre, algo que hasta la fecha lo perseguirá y no podrá sacar de su cabeza, es si la sonrisa que le dirigió aquella aparición era una sonrisa de esperanzadora felicidad o de sarcástica incredulidad.

***