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jueves, 1 de noviembre de 2012

LEYENDAS SUBURBIANAS (Cuento)


1.-

Mis padres me dijeron que no debía salir mientras fuese de noche. Que una bestia terrible acechaba en la oscuridad. Vigilante. Esperando atrapar almas incautas que se aventuraban en la oscuridad de la noche para ser devoradas vivas.

-Esos son cuentos. Historias que cuentan los ancianos para que los jóvenes tomemos conciencia de nuestros actos y control de nuestros impulsos- Les respondía entre reproches y tonos elevados de voces ofuscadas.

Esta noche no podía, tenia cosas que hacer, y esas cosas tenían un nombre y unos ojos muy hermosos.

Escapé a la luz de la luna, entre los viejos arboles de fresno que conformaban la mayor parte del bosque que rodeaba el pueblo en el cual vivíamos.

Habíamos quedado en encontrarnos en la colina donde alguna vez estuvo el antiguo cedro donde fue colgada la vieja viuda Eremson, acusada de bruja. Después de ello, decidieron quemar el viejo árbol dado que corrieron rumores que el árbol transmitía terribles pensamientos en la mente de todo aquel cuya sombra se posase.

Así que me mantuve en ese lugar esperándola. Nunca llegó.

Con una mezcla de pesar y enojo regresé a casa. Tanto riesgo para nada. Mientras me encontraba a medio camino, logre vislumbrar una temible sombra que me estaba persiguiendo. En mi mente se atropellaron todas las cosas que me habían metido en la cabeza mis padres, aplastando mi sentido de la razón con la cual siempre les refutaba, dando pasó al pánico haciendo que mis piernas respondieran más rápido que los gritos que empecé a dar segundos después.

Aquella cosa, fuese lo que fuese, me perseguía y no se daba por vencida. Acelerar lo más que pude. Tropecé. Caí de plano en el piso cubierto de ramas secas y piedras. Me quede sin aire por un segundo y aturdido por el resto del tiempo que me tomó ponerme de vuelta en pie y continuar mi escape.

Logre ver las luces del pueblo que siempre quedaban encendidas durante la noche, que según la creencia era para frenar la entrada de la oscuridad del bosque al pueblo. Nunca fui tan feliz de verlas antes.

A escasos pasos de distancia, escuche la voz de aquella quien me dejase plantado en la colina de la bruja, gritándome que no regrese.

Eso era algo a lo que si iba a hacer caso esta noche.

Llegue a mi casa, empuje la puerta con fuerza y cedió fácilmente al primer esfuerzo. Cerré con gran fuerza la puerta, quedándome apoyado en ella, tratando de recuperar todo el aire que me fuese posible.

Puse todos los seguros que tenia la puerta. Incluso arrime el mueble de franela verde en el que pasamos tantas noches frente a la fogata con mi familia, mientras mi madre contaba las viejas historias que servían de advertencia a los jóvenes acerca de los peligros del mundo. Atranque firmemente la puerta.

Mi cerebro empezó a procesar lentamente lo sucedido, razonando lentamente con normalidad. Tantos años de escuchar estas historias una y otra vez me han vuelto asustadizo por cualquier cosa.

Agache la cabeza, riéndome de lo ridículo de la situación y de todo lo sucedido.

Tome el mechero y encendí la vela que siempre dejábamos en una pequeña mesa al lado de la puerta.

Fue en ese momento que cuando se iluminó el lugar observe la más terrible de las escenas. En el arco que divide la sala del comedor, se encontraban los cadáveres de todos clavados con grandes trozos de madera en las paredes, faltándoles pedazos en diferentes partes de sus cuerpos, como si se los hubieran estado comiendo.

Y en la pared una frase chorreante escrita en sangre que decía: “Hoy decidí quedarme a comer en casa. Lástima que no obedeciste a tus padres.”
  ***

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