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sábado, 4 de febrero de 2012

PERVERSION ANONIMA (Cuento)


Ella se esfuerza para mantener la calma. Y aunque esta temblando, no quiere demostrar que está asustada. Expectante sí, pero no asustada. Traga saliva con dificultad. No puede contenerse y empieza a frotarse las manos. Los nervios la estaban poniendo en evidencia. Estaba aterrada. Sin embargo, es algo que ella deseaba, desde hace mucho tiempo, aunque nunca tuvo el valor de expresarlo abiertamente. La estricta enseñanza religiosa en su juventud, la mantuvieron a raya durante mucho tiempo, atenazándole en su mente las directivas morales cual mandamientos en piedra.

Siente pasos detrás de ella, amortiguados por la alfombra de gruesas hebras multicolor que decoraba el lugar. Lentos, pausados, como procesionales, deteniéndose a escasos centímetros de ella. Él posa sus manos en los hombros de ella y desliza la derecha para hacer a un lado la cortina de cabello que cubre su delgado, alargado y blanco cuello. Siente la respiración de él, cálida, muy cerca, culminando en un suave y tierno beso entre su hombro y su cuello.

Ella se estremece. Una mezcla de erotismo y terror. Le gusta.

Lucha contra el impulso de voltear y darle cara. Pero decide seguir dándole la espalda. Asume su rol a cabalidad.

La situación en si le resulta excitante. La hace sentir extraña, no sucia, solo más diferente como nunca antes. Como alguna vez se le dijo la Hermana Mayjorn de la escuela dominical cuando la encontró a ella y a una de sus amigas besándose tras las escaleras. “No es que sea algo malo, solo es que eres diferente”. Y ella también la beso.

No, no era eso, la hacía sentir ajena de todo lo que le habían inculcado, como si le mostrasen su verdadera naturaleza. Y al momento de abrazar la idea, se le hacía placentera la sensación, como el niño que disfruta de su primera fresa después de su renuencia a comerla por su apariencia, mientras saborea deliciosamente el momento. Esa sensación agridulce que pone en alerta tus sentidos, forzándolos al máximo para experimentar el más intimo de los detalles.

Siente las ásperas manos de él. Se dirigen de sus hombros a su espalda, hacia los lazos que aseguran su bata en la espalda. Los empieza a soltar uno por uno, como si se tratase de una delicada operación quirúrgica. Ella se aleja instintivamente, por una fracción de segundo, al sentir que sus manos rozan su piel, transmitiéndole un instante de inseguridad. Aun así, logra apaciguar su inquietud. Una vez concluido, vuelve a colocar las manos en sus hombros y las desliza hacia adelante, haciendo que la última barrera que los separaba caiga en la alfombra, en la oscura intimidad de ese cuarto de hotel.

Su cuerpo quedaba expuesto, su intimidad a flor de piel, su conciencia al filo del abismo en el cual estaba a punto de lanzarse. Ya había estado desnuda con otras personas antes, pero esta vez era remotamente diferente. Sería la primera y última vez que haría algo así con alguien completamente desconocido. Pero cuando dos personas coinciden en deseo y necesidad, cuando los intereses no son mutuos y las motivaciones no son las mismas, pero los fines se intersecan y encajan cuales piezas en un rompecabezas, revelando la urgencia que los une en comunión, ¿como se puede decir que alguien de por sí es un desconocido? ¿acaso esa no es la teoría de las almas gemelas? ¿el complemento para el beneficio mutuo? o ¿es amor en uno de sus retorcidos niveles más allá de las barreras?

El empieza a deslizar sus manos, recorriendo su figura, contorneando su silueta, surcando sus curvas. Ella instintivamente cruza sus brazos cubriendo su pecho en señal de pudor. Los últimos vestigios que le quedaban.

Él toma su cabellera, larga y roja, enrollándola en su mano derecha, como quien se preparase a domar a una yegua ansiosa a empezar el trote pero aún así inexperta en la camino a recorrer.

La inclina de tal forma que se ve obligada a descubrir sus pechos, haciéndola apoyar sus brazos sobre el lomo del mueble, sin soltarle el cabello.

Le separa las piernas, dándole pequeños toque con sus pies enfundados unos gastados botines negros tipo militar. En ambos casos, les daría mejor estabilidad y postura para lo que estaba por venir.

Le jala el cabello suavemente de tal forma que le permite arquearle la espalda de tal forma que le permite acariciala con su mano libre, desde su cuello hasta la base donde se curva su espalda, jugando entre lo cóncavo y lo convexo, recorriendo las colinas de la locura, donde se distorsiona la percepción masculina y se metamorfa en instinto básico animal.

Luego, una pausa…silencio…ella contiene la respiración…él inhala profundamente antes de zambullirse en los abismos…

Su cabello es jalado con fuerza, con tal furia que casi podría jurar que estuvo a punto de arrancárselo. Y con ese impulso, su cuerpo es llevado a gran velocidad hacia él, sintiendo con demasiada claridad cada milímetro que penetraba en ella.

El emite un esforzado gemido de satisfacción. Ella se muerde el labio y contiene un grito de dolor…de terror.

Las lagrimas surcaban su rostro, mientras contiene con todas sus fuerzas los gritos que se atropellan por salir de lo más profundo de su ser. Cada fibra de su cuerpo aullaba en coro para manifestar su dolor. Con cada embiste que él daba, con cada choque, aquella cosa invasora penetraba en su cuerpo y la destrozaba mientras se abría paso en su interior.

Con cada embiste se sentía desfallecer. Él solo emitía una risa entrecortada y agitada. Le encantaba lo que estaba haciendo, le deleitaba. El libido exacerbado al máximo y la brutalidad se fusionaron dando muestra a esa perversa crueldad y deliberada satisfacción en causar el mayor daño como le fuese posible. Era el amo dominante. Tenía el poder.

Soltó su cabello, dejándola caer encima del mueble, como si se tratase de una muñeca a la cual le cortaban los hilos.

Ella sollozaba, respiraba entrecortadamente con demasiada dificultad, exhausta y con el corazón latiendo violentamente, luchando por mantenerse consciente, como la llama de una vela lucha contra el viento de otoño para no extinguirse. Ahora lo había experimentado todo. Había logrado lo que había estado buscando estos últimos años, no solo era el simple hecho, no era que fuera un cualquiera, sino que era la forma, el momento, era él y la sucesión de eventos que han culminado en este preciso instante.

Con la mano izquierda le tomo por la cintura, la jaló nuevamente hacia él y continuó. Una y otra vez, estocada tras estocada, dejándose llevar por la corriente que recorría todo su cuerpo, liberando a la inmunda bestia que en él habitaba.

Y le gustaba… Oh!, sí que le gustaba.

Se detuvo. Se secó el sudor de la frente con su antebrazo y empezó a retroceder unos pasos para contemplar la visión completa de mórbida obscenidad desnuda ahí desatada.

Su corazón estaba a mil, golpeando con fuerza para salir de su prisión torácica y exclamar su gozo, su nacimiento, su liberación…

Había llegado el fin…

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…para ella. …para siempre. Pues su vida se escapa rápidamente y no había forma de evitarlo. Era lo que había buscado y lo había conseguido.

Para él era el comienzo de una nueva senda de vida de placeres blasfemos y antinaturales. Era el renacimiento de su ser oscuro, de nuevas sensaciones y perversiones inimaginables.

Escuchaba su propia respiración agitada. El susurro de dolor que provenía de ella y el placer insano que sentía del saber todo el daño que había causado. La adrenalina aún fluía a torrentes en su organismo.

Pues la orgia de sangre no había terminado, ni con la última puñalada que le había ofrecido a ella. Una tras otra. Golpe tras golpe en su cuerpo desnudo.

No, no había terminado ni con el último aliento de su frágil cuerpo destrozado.

No, no había terminado ni al momento de soltar el puñal ensangrentado. Si no que había intensificado su necesidad de repetirlo. Reforzando su convicción de continuar con ello. Abriéndole los ojos a un nuevo mundo de emociones demenciales.

Pero algo empezó a abrirse paso en su cerebro, extendiéndose hasta su corazón y continuando hasta retorcerse en sus entrañas. La ambigüedad de las circunstancias no correspondía a su nueva percepción de las cosas. Pues cuando se tiene la urgencia de experimentar cosas nuevas y definitivas, la necesidad de llenar aquel espacio vacío que te crece desde dentro, la determinación de retar tu propia mortalidad para ganar la experiencia de sentirte vivo. Y es así, cuando alguien con una imperiosa necesidad de morir encuentra a alguien con una vertiginosa urgencia de matar, ¿no sería considerado como el crimen perfecto? Ni siquiera debería ser considerado un crimen, ¿verdad?

Es algo más… es simplemente la nota siniestra en la sinfonía caótica del universo. La armonía que le permitía adquirir el conocimiento entre lo terrenal y lo divino.

Y aún hoy, recordando aquella primera vez en aquel cuarto de hotel con ella sin vida, mientras las luces de neón del exterior matizaban la escena digna de un surrealismo enfermizo, sabía que no todos tenían esa pasión de lanzarse a la oscuridad del abismo con los ojos cerrados pero con el corazón abierto. Pues conforme pasaron los años, no había visto en las demás, el mismo deseo que vio en ella, desbaratando completamente la percepción ganada aquella noche, cual torre de naipes.

Pero aún así, para él, la emoción era la misma, pero nunca como aquella primera vez. Porque la primera vez es siempre especial para todo, ¿verdad?

Y aun así, no se detendría hasta traer de vuelta esa armonía con la que había empezado todo…
 
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