Él y su grupo de amigos habían decido pasar el largo fin de semana alejados de la ciudad para poder despejar un poco la cabeza de tantas responsabilidades y preocupaciones que iban asumiendo conforme iban creciendo.
Después de tres horas llegaron al último pueblo en ruta. Era un pueblo cuyas casitas eran de material noble. La mayoría de ellas se encontraban deshabitadas y algunos casos habían sufrido las inclemencias del tiempo, haciendo que el techado de madera y se desplomase. Muchas de las familias habían decido dejar sus hogares para mudarse a las ciudades más próximas con la finalidad de poder buscar su prosperidad.
Después de unas horas de explorar el casi fantasmal lugar, se concentraron en hacer los preparativos para la siguiente etapa de su viaje. De ahí eran aproximadamente de tres a cuatro horas que debían seguir de caminata en terreno montañoso, cuesta arriba. La caminata en algunos puntos era fácil. En otros era algo difícil. Sin embargo, ante el ánimo de conocer un lugar nuevo, el cansancio era algo en lo que uno no repararía sino hasta haber alcanzado la cima.
Ya conforme iban alcanzando su destino, la vista del lugar se hacía cada vez más impresionante.
Lo primero en recibirles fue la vista de las ruinas más próximas al lindero de la ciudadela. Al terminar de doblar la curva del sendero pedregoso, contemplaron las antiguas construcciones de piedra que el paso del tiempo había hecho mella, más no los destruía por completo. Incluso los techos de dos aguas cubiertos por una especie de empastes de hierba y cañas, se mantenían firmes y bullentes de nuevas hierbas que crecían tímidamente en forma desordenada.
Una vez ahí, la vista era no menos que impresionante. La ciudadela a la derecha imponente, imperecedera y misteriosa. El sol a la izquierda dominante, entre el matiz amarillento y naranja, tras el velo de nubes amoratadas que lentas cruzaban indiferentes al espectáculo natural del que eran participes, mientras el gran astro continuaba en su descenso diario para sumergirse en el mar.
Levantadas las carpas, ubicaron las tres de tal forma que cada una daba cara a las otras dos, formando en conjunto una figura triangular de diferentes colores vista desde el cielo. Y en el centro de aquel triangulo multicolor, una fulgurante luz cambiante, indecisa por dirigirse a alguna de las aristas. Aquella luz central era la fogata persistente que luchaba por su existencia mientras se debatía contra el viento.
El frio arreciaba. Se hacía más intenso conforme avanzaban las horas.
Decidieron dormir temprano esa noche, estaban cansados y tenían todo el día para poder explorar el lugar con mayor detenimiento y dedicación.
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Algo lo despertó. Un ruido amortiguado. Como si algo hubiese impactado contra una superficie densa y resistente.
Decidió no hacer caso, se acomodo lo mejor que pudo y trato de recuperar el sueño que se le estaba escapaba de a pocos.
Nuevamente aquel ruido.
Tal vez se tratase de los irreverentes de sus amigos tratando de jugarle otra broma. Tenían la mala costumbre de jugarle bromas de muy mal gusto. En una ocasión lo hicieron aparecer desnudo delante de todos los presentes a un evento organizado para recaudar fondos. En otra, le hicieron creer que había sido ganador de un premio que había estado necesitando. Y la última y más despreciable de todas, fue haberle hecho creer que uno de sus familiares había muerto. En esta ocasión no estaba dispuesto a hacer el rol de bobo.
Otro ruido. Diferente, como si algo impactase contra una superficie dura, pero no lo suficientemente resistente como para ser quebrado.
Tomó la linterna. Se colocó las botas, una casaca de esas térmicas y un pasamontañas. Decidió salir a mirar, aun así, la curiosidad pudo más que su cautela.
Corrió lentamente el cierre de la carpa y asomó la cabeza tratando de mirar lo que se pudiera entrar en su proximidad más cercana.
Nada. Nadie.
Encendió la linterna y la dirigió directamente hacia las otras dos carpas. Las entradas parecían estar abiertas. Salió completamente y se fue acercando. Primero hacia la que se encontraba a su izquierda. Alumbró por fuera hacia la entrada y lentamente se fue acercando para poder ver dentro. No había nadie.
Acto seguido se dirigió hacia la carpa de la derecha. Empezó a acelerar el paso. Hizo lo propio y con determinación procedió de la misma forma que antes. Tampoco había nadie.
Giró sobre sus talones rápidamente, levantando una polvareda y emitiendo un ruido muy raro como de hojas y ramas remojadas. Contemplo el punto donde se encontraba en pie y se dio cuenta que había una mancha carmesí oscura. No le bastó mucho esfuerzo reconocer de que se trataba. Y conforme fue alumbrando el suelo, se dio cuenta que había una serie de manchas irregulares en tamaño y forma que continuaban en dirección hacia la ciudadela. Y conforme dirigió la mirada hacia allá, en las ruinas, se percato que había una gran llamarada como si acabase encenderse al verse descubierta.
Corrió.
Y al llegar ahí, una especie de plazuela en el centro de las ruinas, una gran mesa de piedra se encontraba flotando a metro y medio del suelo. Encima de ella, una gran hoguera se elevaba hacia el cielo.
Y debajo de la gran piedra flotante, los cuerpos de sus amigos, decapitados.
Un gran terror lo invadió. No sabía cómo reaccionar, ni mucho menos qué hacer. Miró a un lado, miró al otro, miró en todas direcciones y no vio las cabezas de sus amigos por ningún lugar.
Solo logró descubrir entre las ancestrales construcciones restos de huesos, grandes y pequeños. Sombras que empezaban a moverse y a correr entre los diversos puntos, como saltando, tratando de esconderse o de alcanzarle.
Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos. Los cerró con fuerza, mientras suplicaba a los cielos que todo esto se tratase de una broma más de sus amigos, quienes yacían muertos bajo la gran losa.
Un crujir de ramas.
Abrió lo ojos y volteo para mirar quien estaba atrás suyo. Fue cuando vio la gran hacha que se dirigía a gran velocidad hacia él, buscando completar el trabajo que había empezado con sus amigos. El impacto fue potente, terrible y certero.
Se atraganto por última vez con su propia sangre y sintió que su cuerpo le dejaba de obedecer sus desesperadas órdenes para escapar.
Sus ojos se dieron vuelta sobre sus cuencas y la oscuridad completamente lo cubrió...
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Se despertó de golpe. Sudando frio. Buscó torpemente su linterna empujando todos los bultos que tenia dentro. Se colocó sus botas y se olvido del frio acuchillante que le impactaba conforme fue saliendo de su carpa. Se tropezó con la base de la entrada, haciéndolo caer sobre sus rodillas en el suelo lleno de hojas, ramas y pequeñas piedras. Ignoró el dolor. Se puso en pie y se dirigió rápidamente hacia las carpas de sus amigos.
Se calmó. Cerró con mucho cuidado las entradas de las carpas y se dirigió de vuelta a la suya. Cerró su entrada. Se acomodó en su bolsa para dormir.
Todo había sido un mal sueño. Una pesadilla consecuencia de toda la preocupación que tenía.
Estiró su mano izquierda y derecha a los lados para tantear y revisar las cosas dentro de su carpa. Estaba mucho más tranquilo ahora. Se rió nerviosamente pero muy aliviado.
Sus amigos se encontraban en sus carpas, arropados y dentro de sus bolsas de dormir. Tal cual como él los había dejado.
A su derecha encontró el largo y grueso mango de madera pulida del hacha, justo donde lo había dejado.
A su izquierda ubicó las 4 bolsas donde había colocado las cabezas de sus amigos. Justo como las había dejado.
Ahora ya estaba mucho más calmado, pues si bien fue una pesadilla, le había dado la solución a su preocupación. Mañana antes del amanecer, llevaría los cuerpos a las ruinas y los quemaría dentro de los nichos.
No estaba dispuesto a hacer el rol de bobo. Nunca más.
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