Mi madre estaba a mi lado, consolándome. No podía creer lo fuerte que había gritado, haciendo que me escuchara de entre todo el bullicio que había abajo en el primer piso…
Era la reunión de celebración por su ascenso en la oficina. Gerente Regional, escuche que decían. Supongo que debería ser importante para tanta celebración. Muchas personas vinieron. Sus amigos de la oficina, del gimnasio, los vecinos y gente que no conocía hasta hace unas horas. Estuve entretenido por un buen rato, hasta que dieron las 10 de la noche y mi madre me dijo que ya era hora de que me vaya a la cama. Reclame, exigí y patalee a más no poder. Inútil fue todo. Mi madre me miró seriamente, esa mirada que solo las madres saben dar a sus hijos cuando nada en el mundo sabes que podrá cambiarla de opinión. Tome mis cosas y uno que otro dulce que quedaba por ahí y subí derrotado a mi habitación. Mire de reojo a mi madre, con la idea de que en mi expresión encontrara la indulgencia de su corazón. Continúo con esa mirada. Sin embargo, decidió subir conmigo. Me llevo a mi habitación, me hizo ponerme mi pijama. Me envió a lavarme mis manos y dientes. Me arropo como muchas noches. Encendió la lamparita aquella que siempre me gustaba mirar por las noches, mientras los figuras que se proyectaban de la pantalla, recorrían las paredes en variados colores. Me leyó del cuento que venía leyendo desde la semana pasada. Revolvió mi cabello y me dio un beso en la frente, deseándome las buenas noches y con aquellas miradas derretidoras de cariño que solo un niño podría ver en una madre, cerró la puerta y me dejó.
Me acomode lo mejor que pude y me dispuse a dormir. Al menos, eso esperaba.
Escuche un sonido agónico y aterrador. Instintivamente atine a cubrirme con las sabanas y permanecer oculto y protegido debajo de ellas. Que ingenuo. Un ruido gutural, una respiración terrible y entrecortada empezó a resonar en mi habitación. Thump!! Thump!! Thump!!! el ruido ahogado de las horribles pisadas en la alfombra de caricaturas que mi madre compró hace tiempo para consentirme. A continuación, lo peor, la sabana estaba siendo jalada. Puse toda la fuerza que pude en mis brazos y jale para impedir que me despojaran de mi última protección. Fue inútil.
La sabana cayó, quede descubierto y no había nada a mi alrededor. Di una larga exhalación de alivio. Entonces, lo escuche, la voz más aterrorizante que jamás escucharía hasta ese momento en mi vida y esa mirada espeluznante.
Minutos después, mi madre subió, me encontró en una esquina de mi cama. Junto con ella, subieron unos compañeros suyos para ver si todo estaba bien. Ella asintió con la cabeza y les dijo que la esperaran abajo. Ellos hicieron una señal de aprobación con la mano, no sin antes mirar detenida mi habitación en todas direcciones.
Le explique que había un monstruo en mi habitación, que había amenazado con llevarme y matarnos a todos. Debíamos huir rápidamente. Sacar a todos de la casa y escapar. Lejos, muy lejos.
Mi madre me miraba muy preocupada, más de lo normal. Era obvio que no me creería ninguna palabra. Qué más podía esperar, solo era un niño, no tenía porque creerme. Pero, lo hizo. Al menos en cierta manera. Me pidió que me calmara. Se puso en pie y empezó a revisar toda mi habitación, debajo de la cama, en el armario, mis cajones, los cestos de ropa y juguetes, salió a revisar el pasadizo, el baño. Realmente revisó minuciosamente todo. Luego se sentó nuevamente junto a mí en la cama. Me abrazó fuertemente y me dijo que todo estaba bien. Fuese lo que haya sido ya no está, ya se había ido. Mañana en la mañana llamaría al sacerdote de la iglesia y revisaría con él la casa completa.
Realmente era un alivio. Aunque algo dentro de mí me perturbaba terriblemente, no sé si era el hecho de que no hubiese encontrado nada o tal vez el hecho que le haya prestado demasiada importancia a lo que le había dicho.
Me volvió a arropar en mi cama. Me dio un beso en la frente y me dijo que mañana solucionaríamos todo, que no me preocupase. Le creí y me dio la calma y seguridad que a todo niño reconfortaría para toda su infancia. Se puso en pie, se dirigió hacia la puerta y sonriéndome cerró la puerta de la habitación.
Los minutos que siguieron quedaron grabados para siempre en mi memoria, pues, a los segundos después que cerrara la puerta mi madre, unos ojos color verde esmeralda se encendieron en el aire, muy intensos, al lado de mi cama, mientras las sombras se empezaban a arremolinar a su alrededor dando forma a la criatura más grotesca y abominable que pudiera concebir mente alguna. Especialmente la de un niño.
El monstruo se acercó lentamente a mí, mientras sus fulgurantes ojos color esmeralda no dejaban de mirarme. Abrió sus terribles fauces, mostrando las filas de puntiagudos dientes que la llenaban. Cerré los ojos lo más fuerte que pude…
¿Hablaste con ella? - me preguntó. Le dije temerosamente que sí, pero que no me hizo caso, inicialmente parecía preocupada y pensé que me había creído, pero me dijo que lo arreglaríamos todo mañana.
La criatura se puso en pie y emitió un muy controlado rugido.
Para variar nunca hace caso, nunca lo hizo - gruño - Tenemos que irnos, ahora, no tenemos tiempo.
Le pregunte qué pasaría con mi madre y todos los demás que se encontraban abajo. Fue en ese momento que empezaron los gritos dando respuesta a mi preocupación. Era demasiado tarde.
Las lágrimas inundaron mis ojos. La impotencia de no poder hacer nada para ayudar, salvar a mi madre. Ser víctima de fuerzas inevitables que controlan mi vida y mi destino. Aun soy tan pequeño. Porque las cosas deben ser así? Agache la cabeza, cruce las manos y empecé a jugar con mis dedos, consecuencia de los nervios y del terror que sentía. Tal vez cuando crezca entienda al mundo que me rodea.
Tenemos que irnos, antes que suban por ti. Ahora lo único que importa eres tú. Tu madre nunca me hizo caso, lo único que hizo y quiso es hacerme ver siempre como un monstruo ante ti. Ahora ya no hay marcha atrás, debemos irnos hijo.
Mire a la terrible y monstruosa criatura que era mi padre, abrazando con doloroso sufrimiento la chocante realidad. Mi madre siempre me ocultó la verdad acerca de él, pero en el fondo sabía que lo que esa horrible bestia me decía era cierto y que ellos solo lo habían hecho para protegerme. Los sentimientos de pena, miedo y confusión se iban diluyendo dando paso lentamente a aquella acogedora sensación de aceptación. Quizá cuando crezca, entienda mejor estas cosas.
Me trepó en su espalda y se lanzó hacia el interior del armario, donde todo empezaría a tener sentido para mí…
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