Era otro día frio, otro amanecer temprano, otro día que llegaba sin que hubiese sido llamado. En su cabeza tañían las campañas que delataban el efecto de aquella botella vacía que se encontraba en su mesa de noche, que irónicamente le incitaba a seguir adelante, a pesar que yacía tan horizontal como él.
Con dificultad se arrastró fuera de su cama, a pesar que las sabanas le seducían con su terso tacto y el sueño lo sujetaba con la fuerza de un deseo frustrado. La costumbre lo obligaba, la obligación era su necesidad, su necesidad era su motivación, aunque bien sabía que no quería esperar más de lo mismo, día tras día, más su terquedad lo forzaba a no darse por vencido.
Se dirigió al baño y se enjuagó el rostro con agua helada, le ayudaba a despertarse mejor. Se contempló frente al espejo por unos segundos, los cuales se volvieron minutos al percatarse que en el centro del espejo había aparecido una mancha oscura, entre gris y verduzco, que conforme más la miraba parecía estar girando hacia la izquierda, luego a la derecha como si se tratase de un remolino pequeño, luego se detenía y volvía a empezar otra vez revolviéndose entre sí. Extendió su brazo mientras trataba de tocarlo con su temblorosa e indecisa mano, pero conforme se acercaba al espejo la extraña mancha empezaba a desvanecerse.
La contempló por unos minutos más, hasta que simplemente se desvaneció por completo. Ya antes había visto cosas extrañas en su vida, pero esto era algo nuevo. Lo nuevo era bueno, le mantenía con la mente activa y en marcha para poder continuar circulando sin perder el juicio, especialmente desde que todas las personas desaparecieron.
No recordaba exactamente como sucedió todo, fue un día común y corriente, pero tan raro como este. Se despertó con la dificultad de siempre, más aún cuando el clima decidía cambiar de cálido a frio de forma radical. Ese día llegó particularmente temprano a su oficina y empezó a poner en orden una que otra cosa que había quedado pendiente el fin de semana. Conforme pasaba el tiempo se percató que ya era hora y media pasada la hora de ingreso y que no había llegado nadie más, así que decidió ir al puesto de vigilancia para hablar con los agentes. No estaban. Salió por la puerta principal para contemplar la avenida por donde había llegado y no había vehículos circulando.
Mantuvo la calma, su mente racional aceleró sus pensamientos, forzó su corazón a bajar su ritmo y a pesar de ello alertó sus miedos disparando su imaginación a niveles insospechados. Se dirigió a su oficina, tomo el teléfono y justo cuando se disponía a marcar, algo lo hizo cambiar de opinión. Se quedó pensando por un buen rato, ¿estaría pasando esto realmente? ¿Se trataba de un sueño? o peor aún ¿una pesadilla de esas alucinadas que sabia tener? Era algo que ya había pensado en varias ocasiones, pero que nunca lo creyó posible, el deseo de estar solo para poder estar tranquilo, poder pensar en muchas cosas. ¿Sería posible que ahora pudiera estar viviendo eso? ¿Sería posible que el hubiera causado todo esto? o simplemente ¿había muerto y no estaba enterado?
Claro, esas fueron sus principales ideas inicialmente, al final de cuentas siempre se consideró una persona solitaria y esta sería la oportunidad de poner a prueba todo aquello que había pensado para aislarse del mundo.
Sin embargo, el tiempo logra poner a prueba todas las teorías y en este caso la suya demostró ser defectuosa y equivocada.
Los días pasaban y las cosas se volvían monótonas. No es que antes no lo fueran, sino que antes siempre había algo con que distraerse, pero ahora no había esa variante para lo inesperado, eso a lo que normalmente llamaba “El Factor Humano”. Y aún así, a pesar de la situación en la que se encontraba, mantenía los estándares y la compostura social como si nada hubiese pasado. Era alguien de costumbres más no de tradiciones.
Entonces llegó ese día en particular, llovía como si el cielo augurase una tragedia. Caminaba por la calle y veía el agua oscura correr por al lado de las aceras, pensando en cómo fluían las cosas según las circunstancias, sin orden, en un caos que creemos poder controlar. Y como si se tratase de un eco, escuchó una voz que le llamaba. Miró a todos lados pero no vio a nadie. Continuó su paso y volvió a oírla. Esperó por un instante, miró en todas direcciones. Las calles continuaban vacías como desde hacía varios días. Se dirigió a su departamento y al llegar frente a la puerta de vidrio del lugar, vio la misma mancha oscura que observó en su baño días atrás. La mancha se veía arremolinada y de un color negro y rojizo. Cruzó la puerta tratando de ver si la mancha se encontraba del otro lado, pero ya se había desvanecido.
Subió a su departamento, se dejó caer en su cama. Su mente estaba llegando a un punto en el que las cosas se habían tornado aburridas y una sensación extraña crecía en su pecho. Trato de poner su mente en blanco y lo único que consiguió fue quedarse dormido.
Se levantó al día siguiente, el sol brillaba desde temprano y sus rayos entraban por la ventana dándole directamente en la cara. Parecía uno de esos días en el que todo era posible. Se levantó de mejor ánimo. Tomó una ducha y se vistió como todos los días para dirigirse a la oficina. Justo cuando se disponía a salir volvió a escuchar esa voz, una voz femenina que le llamaba. Sonaba triste, acongojada, pero a su vez sonaba lejana y familiar. Buscó en el departamento, en su habitación, en los demás cuartos y la voz continuaba, pero esta vez sonaba desesperada. Pensó estarse volviéndose loco, demasiadas cosas raras, tantos sucesos extraños, era extraño, pero a estas alturas se dio cuenta que extrañaba tantas cosas.
Un grito apagado lo sacó de su ensimismamiento y volteo en dirección de donde pensó provenía el grito, solo para verse a sí mismo en el gran espejo que colgaba en la pared de la sala. En él vio nuevamente la mancha oscura, pero era más grande, más siniestra, con uno tintes grises y esmeralda arremolinándose en el centro, desprendiéndose de su borde una serie de caóticos tentáculos.
Dispuesto a averiguar finalmente de que se trataba, se acercó al espejo y dirigió su mano directamente hacia la mancha topándose con su superficie plana y fría. Esperaba que sucediese algo más. Y así fue. Su corazón se encogió, una sensación helada se inició en su pecho al ver que mano empezaba a sumergirse en el espejo sintiendo una humedad gélida y gelatinosa. Sin embargo, las cosas se sintieron más extrañas al momento que llegó a un tope suave, como si se tratase de una sinuosa lámina blanda y flexible. Presionó y presionó hasta que escuchó claramente un crujido al momento que se quebró, logrando atravesar la frágil barrera.
En ese momento el tiempo se congeló, una terrible sensación de vacío proveniente de su estomago subió dolorosamente hacia su pecho, del cual una mano negra chorreante se abrió paso mostrándole su corazón aún latiente y empezó a presionarlo brutalmente hasta hacerlo una maza de carne irreconocible.
Su reflejo empezó a reírse descaradamente, burlándose de él, de lo que había hecho, de lo que era, de la extraña realidad en la que se encontraba y detrás de él apareció la fantasmagórica figura de una mujer que reflejaba una gran tristeza.
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A veces llega un momento en el que uno desea aislarse de todo, pero los deseos son algo que se deben desear con mucho cuidado, pues cuando menos se lo espera son concedidos de formas muy extrañas.
Tan extrañas e irónicas que para cuando llegó la ambulancia y los paramédicos trataron de reanimarlo, su corazón ya no quería responder. Según las versiones de las personas que lo conocieron, indicaron que desde hace varios días había estado demasiado extraño, iracundo, aislado del mundo. Dejó de interactuar con los demás y actuaba como si nadie existiera a su alrededor.
Incluso la mujer que vivía con él no pudo hacerlo entrar en razón. Todos los días despertaba a su lado y lo veía desde muy temprano sentado a un lado de la cama, inmóvil y con una botella de alguna bebida alcohólica vacía. Ella le hablaba, le animaba, le trataba de hacer entender que todo podía mejorar y que debía ser capaz de superar las dificultades, pero conforme pasaban los días se ponía peor y parecía como si no estuviese en este mundo o ella no estuviera en el suyo, nadie. Hubo momentos en los que parecía reaccionar brevemente pero aún así mantenía su ostracismo. Solo al final, pareció reaccionar por unos segundos y logró mirarla directamente a los ojos, solo para que su mente se hiciese pedazos y lo que quedaba de su vida se viese arrastrada hacia lo profundo de aquel oscuro e inmenso pozo sin fondo que permanecía todo este tiempo dentro de él, ese vacío infinito e imperecedero más allá de la muerte llamado soledad.
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