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miércoles, 20 de junio de 2012

ESTE NO ES OTRO FINAL FELIZ (Cuento)

Se frotaba las manos casi compulsivamente. Estaba nervioso. Aterrado. No era para menos. Las decisiones difíciles no son nada agradables y las consecuencias siempre caían dentro del saco de lo inimaginable. Había llegado aquella fecha en el año en la que sus demonios le torturaban más que en cualquier otra fecha. Porque? No era ningún misterio. Uno podría suponer que su ánimo se veía influenciado por toda la artillería promocional existente en la ciudad. Era como si al mirar en cualquier dirección te escupieran en la cara con la finalidad de recordarte que no encajas en este mundo ni en el mundo de otros. Solo en el tuyo. A nadie le importa un mundo alienígeno. Lo miran de costado y continúan su camino, como si no existiese, cual periódico viejo tirado en la calle.

Era el mismo lugar de todos los años, aquel sitio alejado y solitario como lo recordaba desde hace mucho tiempo. Pero con el tiempo todo eso había cambiado. Con el crecimiento de la ciudad, se había ido urbanizando. Y mucha gente ahora vivía en las cercanías. Y muchas personas ahora circundaban por el lugar. Aquel lugar al que no le gustaba volver, pero al que se veía obligado a regresar una y otra vez.

Hoy era ese día. Aquel día.

La vista desde aquel lugar era tranquilizadora. Siempre le hizo bien venir y contemplar el inmenso mar, al cual le temía desde pequeño por un incidente donde casi se ahoga. Con el tiempo lograron hacer las paces y se fueron haciendo amigos. Es interesante como circunstancias así hacen que la perspectiva para ciertas cosas se vea afectada de forma tan drástica, condicionándote para el resto de tu vida.

Tomó asiento en el borde del pequeño muro de protección, que fue construido para prevenir que la gente caiga al barranco de forma inadvertida. Más no de forma voluntaria. No era de mucha utilidad ante una mente determinada.

Y él estaba determinado.

Su rostro lívido permeaba su pesar interior. Su mirada vacía trataba de medir distancias desde donde se encontraba hasta al final de la caída. En su mente, trataba de imaginar cómo serían las cosas. La experiencia. Dolería? Definitivamente, estaba completamente seguro que así sería.

Rebotaría? Una vez vio caer un pobre animal desde un techo y emitió un golpe seco y una serie de crujidos instantáneos, casi imperceptible. Pero él lo escucho. Así como el quejido de dolor que emitía suavemente como si se tratase de un globo desinflándose penosamente.

Alguien lo extrañaría? Posiblemente, alguien tenía que hacer lo que estaba acostumbrado a hacer. Quien más lo haría sino él.

Llorarían? Bueno, el costo de morir es ahora más caro.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos, cortándole ese ciclo repetitivo de trivialidades en el que constantemente se encerraba. Se percató que no se encontraba solo. De no ser porque se sujetó en ese momento con sus manos al borde del pequeño muro, hubiera caído inmediatamente del susto que le causó al darse cuenta de la situación.

No volteó, pero sabía que alguien se encontraba ahí, sentada a su izquierda. Sí, era una ella. La miró de reojo y vio que era una joven delgada de largos cabellos negros que caían de forma sedosa y uniforme. Era de rostro dulce, pero de mirada triste. Tanta tristeza contenida en esos penetrantes ojos negros. Y aunque si bien sus finos labios dibujan una tímida línea casi imperceptible e inalterable, sentía que podía escucharla. No es esa clase de entendimiento físico de transmisión de ondas elásticas a través del aire y que el oído humano convierte mecánicamente para la percepción del cerebro del sonido. Era algo más, pero no sabía cómo interpretarlo. Como si su sola presencia transmitiese todo lo que quería decir. O mejor dicho, todo lo que él necesitaba escuchar.

Trató de ignorarla. No pudo. Fue lo contrario, empezó a sentirse atraído hacia ella, como si de repente se tratase de un canto de sirena que te cautiva y te llama, haciéndole recorrer un cálido sentimiento de añoranza por todo el cuerpo. No la clase de calor que quema y hace daño, sino esa sensación agradable de sentir alguien a tu lado. Esa tierna y dulce emoción que se siente de abrazar a alguien que quieres y no querer soltarle jamás. Esa añoranza que envuelve un conjunto de emociones felices que recargan la vida misma.

Y cuando estuvo en aquella fracción de tiempo en la estaba dispuesto a entregarse ciegamente a ella, cual la polilla se entrega a la llama, un grito ajeno lo sacó del trance.
Se dio cuenta de lo que estaba sucediendo y no lo pensó dos veces. Miro a un lado y la vio completamente. Sentada contemplándolo. Llevaba puesto un vestido de colores mezclados. Luego miró al otro y se dio cuenta que había una pareja de enamorados que había contemplado toda la situación. Ella había emitido el grito de terror, mientras las flores que sostenía en brazos caían al suelo al momento que giró para refugiarse en los brazos de su amado. Él la sujetaba. Su rostro evidenciaba el terror que se atenazaba en su corazón y congelaba su cerebro. Más aún, él abrazó fuertemente a su pareja y giro como para protegerla, pero sin dejar de mirar lo que sucedía.

Fue entonces que el sujeto que se encontraba sentado en el borde de la pequeña muralla le dirigió una sonrisa, mientras empezaba a hacerse transparente, desvaneciéndose en el aire ante sus ojos.

Acto seguido, la figura de la mujer que también se encontraba sentada, le dirigió una mirada de duro desapruebo, pero no se veía en ella ni ira ni rabia. Sino de una terrible tristeza y soledad que le hacía sentir una inquietamente sensación de angustia en el corazón.

Ella también desapareció ante sus ojos.

***

Días después del susto, durante una conversación con unos amigos, contaron la extraña situación a la que se vieron expuestos.

Fue cuando se enteraron que hace mucho tiempo ese era lugar donde muchas personas agobiadas por las penas en su vida, decidían lanzarse al vacio para ponerle fin a todo.

Existían historias acerca de dos apariciones que eran vistas de forma muy frecuente en esa fecha en particular. Sin embargo, era la primera vez que escuchaban que ambas aparecían a la vez y más increíble resultaba que estuviesen interactuando entre sí.

Al parecer, la soledad no es algo que muere con el cuerpo físico y traspasa las fronteras que limitan la vida y la muerte.

Sin embargo, ante esa terrible conclusión, se cierne una luz de esperanza. Por más espeluznante que pueda ser la idea de que el dolor lo siga a uno en el más allá, es posible encontrar a alguien en ese lugar que se interese en ti y busque ayudar a pacificar el mundo de ambos, solo es cuestión dar el primer paso y saltar. Como todo en esta vida.

Y aunque la experiencia quedará en el recuerdo de ellos para siempre, algo que hasta la fecha lo perseguirá y no podrá sacar de su cabeza, es si la sonrisa que le dirigió aquella aparición era una sonrisa de esperanzadora felicidad o de sarcástica incredulidad.

***

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