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miércoles, 20 de junio de 2012

SINGULARIDAD (Cuento)

Solo mantenía una idea en su cabeza: Encontrarla y decirle lo que pensaba. Lo que sentía.

Había tenido mucho tiempo para meditar y pensar la mejor forma de transmitirle todo aquello que llevaba dentro. Todo era tan complicado. Él también lo era, pero no porque le gustase serlo. Era una de esas cosas inevitables y paradójicas como nacer un 29 de Febrero. Tal vez si tratase de explicárselo nunca lo entendería. Ni siquiera él es capaz de entenderlo.

Se dirigió en su encuentro. Ella mantenía su rutinario recorrido de retorno a casa después de un pesado día en la oficina. Se detuvo en un café y permaneció ahí leyendo un libro. Se encontró con su amigo, Leonel, y estuvieron conversando por largo rato. No debía interrumpirla. Sin embargo, sabía que el tiempo se acababa.

Faltando cinco minutos para la media noche, ella cruzó el umbral del lugar, mientras reía por algo que Leonel le había dicho. En ese instante tuvo esa sensación de Dejà vu, como si su mente y su cuerpo fuesen arrastrados hacia un remolino invisible y le extrajesen su palpitante corazón por los oídos, la nariz y el ombligo. Se tomó unos segundos para recomponerse. Levantó la mirada y lo vio a Él al otro lado de la pista. Ella soltó el libro que abrazaba contra su pecho. Su expresión era como la de haber visto un fantasma.

Se olvidó de Leonel y aceleró su paso en dirección a su encuentro. Él hizo lo mismo, sin preocuparse de los autos en tránsito.

Se encontraron en el centro de la pista. Contemplándose. Ella sin creer lo que sucedía. Él sin estar seguro de cómo proceder. Nunca fueron buenos para estas cosas. Nunca supieron que hacer antes y ahora mucho menos. Ni aquí ni allá, en ese entonces. Solo hasta este momento recordaron que les bastó conocerse un día para saber que necesitaban estar juntos, sin importar como o sin entender por qué, a pesar de las cosas inexplicables, los momentos tristes o las complejas consecuencias que desencadenaría su reencuentro.

Saber hacer lo necesario no era lo mismo que saber lo que se necesita hacer. Y aunque sabía que acelerar las cosas arruinaría todo, contaban con muy poco tiempo para hacer lo que querían.

Y si bien ambos se quedaron como congelados en el tiempo mirándose mutuamente, con una súplica anhelante reflejada en sus ojos que los segundos se alargaran lo suficiente y lo necesario, no pudieron pronunciar palabra alguna.

¿Lo habían olvidado todo?

No, no era así. Al menos no necesariamente. Pues si en sus mentes no existiese el recuerdo, en su ser algo les decía que se conocían y que debían permanecer juntos.

Simplemente se acercó a ella y la besó.

Ella mantenía los ojos cerrados. Sintió esa calidez en los labios recorriéndole hasta el corazón y calentándole el resto del cuerpo hasta llegarle a los dedos de los pies y encogerlos por la emoción.

Y al abrir ella los ojos se dio cuenta que estaba sola.

Se dio cuenta que se encontraba en el medio de la pista sin explicación alguna. Los autos cruzaban esquivándola, mientras los conductores le gritaban improperios. Miró su reloj y era un minuto pasada la media noche del primero de Marzo del 2,012.

Tenía la impresión de estar ahí por alguna razón, por una fuerza imperiosa en su corazón, la cual se iba encogiendo nuevamente al saber que había sufrido una gran pérdida. Nuevamente.

Leonel se acercó a ella y le preguntó por qué había hecho todo eso. Ella lo miró, con acongojada expresión en el rostro y le dijo que se iría sola a casa.

No supo que decir, solo asintió con la cabeza y le pidió que se cuidara mucho.

Mientras ella se alejaba, Leonel se mantenía consternado ante lo sucedido. Si bien ella es una mujer bastante agradable y alegre, hay momentos en que se vuelve una persona muy extraña. Y aunque comprendía que la vida de ella había sido difícil, tras haberse alejado por largo tiempo para superar una profunda depresión, jamás lograría entenderla por completo. Tal vez sea cierto eso de que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus.

Sin embargo, aunque suene cómico o a locura, no hay teoría científica, ni cuerdas que la sostengan, tan triste historia la que ella atravesó hace algún tiempo, pues cuando existe un dolor tan grande, un vacío tan inmenso, la complejidad del cosmos no se limita solamente al espacio exterior conocido. Pues si este vacío creciese más allá de lo racional en cualquier punto del espacio, como en el corazón, no habría agujero negro cual envidiar, pues por su propia fuerza gravitacional sumada a las más fortuititas y complejas de las circunstancias, las almas coinciden en una nota universal, tal singularidad, en el punto de inflexión entre lo blanco y lo negro, es capaz de atravesar barreras, distancias y universos.

Y si tan solo Leonel pudiera sentir lo que ella sintió en aquel momento y si la mente humana fuese capaz de liberarse de sus ataduras existenciales superando las limitantes que encadena la razón y la ciencia moderna, se daría cuenta que más allá del velo de esta realidad, trasponiendo una que otra dimensión paralela, a menos de dos metros de distancia suyo, estaría un muchacho en pie mirando hacia el vacio con lagrimas en los ojos al ver que una vez más quien sería su alma gemela se había escapado de sus manos.

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