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viernes, 22 de junio de 2012

LA MUSA (Cuento)

Decidí sentarme a escribir algo nuevo. No se me ocurría nada. Así que mientras pensaba en cómo llenar algunas líneas en el papel, opte por salir un rato a dar una vuelta, tomar algo de aire y despejar la mente para motivarla a captar alguna idea con que poder trabajar al retorno.


Tome mi abrigo, puesto que el clima había estado helando en estas últimas noches, clara señal que el invierno se estaba acercando. Cogí las llaves del gancho y con un ruido quejumbroso de la puerta al abrirla, me aventure hacia la noche. Mientras bajaba por las escaleras, ya que mi departamento es en el quinto piso, me detuve a mitad del tercero y saque un cigarro de mi abrigo. Necesitaba un poco más de estimulo para protegerme del frio. Al disponerme a continuar, vi que entre las sombras que se formaban con la luz de mi encendedor y la oscuridad del lugar, venia subiendo una mujer muy hermosa y de pronunciada figura. Me quede petrificado, tanto por la sorpresa de su inesperada presencia como de su atractivo aspecto. No pude evitar no dejar de mirarla de pies a cabeza. Y con cada paso que ella daba en mi dirección, no podía dejar de mirarla contornearse. Ni siquiera en el preciso instante en que levanto la mirada y me atrapó mirándola de forma casi libidinosa. Se hizo a un lado y paso por mi costado continuando con su camino. Una oleada de calor invadió mi rostro. Debió notar el color en mi rostro y mi expresión de estúpido con la mirada perdida. Por misma vergüenza no voltee a mirarla y solo esperaba que ella continuase su camino. Respire profundamente y una vez despabilado, empecé a descender. Fue en ese preciso instante en que escuche su melosa voz proveniente de escalones más arriba que me decía: “Sígueme”

De forma casi automática gire sobre mis talones y decidí seguirla. Realmente no estaba seguro de lo que estaba haciendo ni el por qué me comportaba de esta manera. Estaba como hipnotizado. Podría haberla seguido hasta donde ella me hubiese dicho sin poner objeción alguna.

Entramos a su departamento.

Debo admitir que no me percate cual departamento era o en qué piso me encontraba en ese momento. Solo sé que me encontraba completamente fuera de mí. Me hizo recordar aquellos cartoon animados que veía de pequeño en la televisión cuando los pobres animales hambrientos eran transportados embobados por el aroma de la torta recién horneada. La puerta se cerró detrás de mí sin importarme como.

Conforme la seguía, ella volteaba mirándome con su mirada endemoniadamente coqueta y seductora, atrayéndome hacia ella. Hasta que se detuvo, extendiendo el brazo izquierdo, apoyándose sobre el marco de la puerta en la que se encontraba, la cual daba a otra habitación. Empezó a desprenderse de sus ropas.

Esto me demostró que realmente me encontraba bastante corto de imaginación, pues al contemplarla a flor de piel, una vez librada de toda barrera visual, la divinidad de su presencia, lo impresionante de su figura, iba más allá de lo que jamás podría haber imaginado.

Continúo lentamente hacia el interior de la habitación. Yo quede aún absorto de aquella magnifica visión que mi cerebro se negaba a olvidar. Su dulce y delicada mano se asomo por la puerta y con el dedo índice empezó a indicarme que ingresara.

Y aunque por muy extraño que parezca y por muy bastardo afortunado que pueda parecer, algo en mi interior me decía algo no estaba bien pero no era capaz de entender que cosa. El lugar me daba cierta sensación de familiaridad y el miedo empezaba a hacerse manifiesto en mi corazón.

Fue una cuestión de segundos que parecieron una eternidad, decidiéndome a continuar en busca de ella, dirigiéndome a la habitación en la que ella me había invitado a ingresar tan sensualmente como fuese posible.

Ingrese lentamente, el miedo había crecido exponencialmente en mi sin explicación alguna. Como pensar que algo así podría estar pasando. Y fue en ese preciso instante en que vi a un hombre sentado en una pequeña banca negra giratoria con ruedas en las patas. Tenía medio cuerpo apoyado sobre una mesa inclinada. Parecía inconsciente. No podía ver su rostro, pues solo lo veía de espalda. Esto ya empezaba a perder toda la marcha inicial.

Ella completamente desnuda y exuberante, se puso del otro lado del sujeto inconsciente, quedando frente a frente ella de mí y él en medio de nosotros.

Mi miedo se disparó al máximo dando paso al terror al percatarme que de la mano izquierda que tenia oculta tras su curvilínea figura, sacaba un enorme cuchillo. Podía asegurar que se trataba de uno de esos cuchillos de carnicero, capaces de partir hasta los huesos.

Ella lo levantó en alto. Le grite que se detuviera, al mismo tiempo que aquel hombre inconsciente empezaba a gritar también por su vida, pero aun así no se movía para protegerse. El cuchillo descendió a tal velocidad que lo atravesó de un lado al otro.

Fue en ese preciso instante que sentí el frío metal en mi pecho, dando paso a la calidez de la sangre que brotaba de mi interior, mientras la macabra risa y ojos demenciales de aquella mujer deformaban su bello rostro en una caricatura endemoniada de maldad.

Abrí los ojos. Juro que grite de tal forma que nunca jamás en toda mi vida había hecho. Me puse en pie bruscamente haciendo que la silla en la que me encontraba saliera despedida hacia atrás haciendo un ruido torpe. Me había quedado dormido sobre la mesa mientras trataba de escribir algunas ideas. Sin embargo, una mayor sorpresa me esperaba, pues en mi mano derecha sujetaba un enorme cuchillo de carnicero y mis manos se encontraban cubiertas en sangre. Entre los papeles desordenados que se encontraban en la mesa me percate que estaba escrito en sangre en un conjunto de ellas lo siguiente:

-“¿Ahora tienes alguna idea para escribir?”-

Deje el cuchillo a un lado y empecé a escribir.

***



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