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miércoles, 10 de enero de 2024

CAP 3 – IV. ¿POR QUIEN CHOCAN LAS ESPADAS?

- Estos son más despojos que soldados. Es inútil continuar con ellos y especialmente en estas condiciones – la inquieta voz del encorvado ayudante se hizo escuchar por encima de los ruidos del lugar.

- ¿Pones en duda mis procedimientos? ¿mis métodos? – el delgado hombre en traje militar le respondió con cierta parsimonia, haciendo una pausa como esperando una respuesta que sabía no obtendría, pues sabía muy bien que su asistente cuestionaba todo. Los monótonos golpeteos metálicos parecían formar parte de la tortura.

- Sabe muy bien que es lo que piensa el Kingführer de estas cosas. Nos jugamos el cuello si alguno de sus hombres de confianza se enterase de este plan. Ni siquiera el Ministro consideró tomarlo como uno de sus proyectos, antes nos hubiera colgado de lo más alto de la torre radiante. Solo basta con que algún ambicioso soldado raso tome conocimiento de lo que hacemos aquí abajo. Podemos terminar en la celda más putrefacta de la prisión central, en la arena de los gladiadores o peor aún… - estremeciéndose con solo pensarlo - en sus “jardines” para su deleite. - su mirada furiosa luchó contra la expresión de terror que mostraba, sensación que comprendió muy bien, pues con el tiempo él había logrado disimularlo mejor.

Caminó con el paso firme de un soldado, asomándose por la pequeña ventana que daba hacia la sala de adoctrinamiento. - Solo necesitamos que uno de estos miserables lo logré y veremos los frutos de nuestro sacrificio. – apretando los puños que mantenía entrecruzados en su espalda. - Nuestro éxito está cerca.

En el interior de la sala un grupo de jóvenes soldados se mantenían entrenando arduamente, bajo el ojo vigilante de un maestro exigente, intolerante al fracaso y cruento en su enseñanza. Uno de ellos cayó mientras realizaba una de las maniobras que practicaban al intentar evitar a uno de sus compañeros. Desde el suelo, veía a los demás detenerse alrededor suyo y adoptar posición firme, mientras una amenazante figura se acercó lentamente mirándolo desde lo alto. Una inexpresiva máscara blanca cubría su rostro, varias líneas rojas recorrían su superficie. El joven no fue lo suficientemente rápido, pues el maestro ya le había puesto el pie en su pecho, haciendo presión para que este no se levante. – La victoria no es lo que enseña, se aprende más con las derrotas y los errores. ¿Y qué es lo que no aceptamos en este lugar? – mirándolos a los demás soldados, respondiendo al unísono a la pregunta de su maestro – ¡LA DERROTA!

- Que esto sirva de lección para todos. – les dijo a sus alumnos mientras levantaba la pierna del pecho del soldado para golpear fuertemente su estómago una y otra vez.

Keijo se mantuvo firme junto a sus demás compañeros, mientras el joven caído era aleccionado. Cuando la sangre comenzó a brotar por la boca de su compañero, Keijo cerró los ojos por unos segundos para no continuar viendo, especialmente sabiendo que fue su culpa por la que su compañero trastabillo y cayó.

...

Abrió los ojos para encontrarse sentado frente a Heinzu en la pequeña cabaña cerca al rio. Tomaba el té en ese momento, por un instante una gran rabia lo embargo, pero, así como llegó se fue. Intentó preguntarle algo, pero la inseguridad lo detuvo. Heinzu se percató y continuando con su ceremonia le dijo. – Si preguntas ahora, sentirás vergüenza tan solo un momento. Si no lo haces podrías sentir vergüenza toda la vida – colocando la tetera en el fuego.

Se armó de valor y articuló su inquietud de la mejor forma que pudo - Maestro, ¿Por qué combatimos? Me enseñas a combatir, pero siempre me hablas de paz. ¿Cómo es posible eso? – dejando la tasa a un lado e inclinándose levemente hacía adelante esperando su respuesta.

- Va a llegar el momento en que va a ser mejor ser un guerrero en un jardín, que ser un jardinero en una guerra. – tomó un sorbo de su té y dejo la tasa a un lado. Se puso de pie y continuó, pero el tono de su voz se tornó sombría. - Sin embargo, cuando hayas de golpear, hazlo de tal manera que tu enemigo no sea capaz de regresarte el golpe. – se giró, dándole la espalda, para mirar el bosque que los rodeaba.

Keijo, aún con el recuerdo del soldado caído y el sentimiento de culpa, replicó – ¿Y la piedad, Maestro? ¿No hay lugar para la misericordia? – un intenso dolor se manifestó en su estómago. La tetera comenzó a hervir, emitiendo un largo e incómodo pitido. El vapor se hizo más y más denso, cubriendo el lugar con una cálida bruma blanca. La voz de Heinzu se escuchó desde la niebla cuyo tono se había vuelto más agresivo y siniestro - La lluvia solo es un problema si no te quieres mojar – una cabeza se asomó entre la niebla, portando una máscara blanca con una mueca burlona, de su boca brotaban dos filas de colmillos y de su frente sobresalían dos cuernos de color rojo – Está en camino y viene por ti. - 

...

Keijo se puso rápidamente en pie adoptando posición defensiva. Estaba en desventaja pues no contaba con su equipo habitual, sin armas ni armadura, solo con prendas mínimas y unas cuantas vendas. Tan inexplicable era para él su situación, pues no comprendía como la vieja cabaña había vuelto a cambiar a un amplio salón a mitad de la noche. Naedrik y Patrick lo veían preocupados desde los camastros en los que se encontraban, aunque la expresión en sus rostros le resultaba más comprensiva que de reproche.

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