Una joven parecía oculta entre las sombras, como buscando llamar su atención, saltando de repente a la pálida luz nocturna que parecía enfocarla, como si hubiese salido a un escenario. Elevó una pierna formando una especie de arco apoyando su pie a la altura de su otra rodilla, elevando los brazos para formar un circulo juntando en lo alto las puntas de sus dedos. Estiró rápidamente la pierna arqueada impulsándose hacía un lado, dando un grácil salto digno de un cervatillo, lo que dio inicio a una danza entre luz y oscuridad. Llevaba un traje cenizo ceñido al cuerpo, delineando su bien definida figura, elaborando una serie de movimientos que cautivaron su atención, dejando de lado toda la conversación que se desarrollaba a su alrededor, entre el grupo y la monja. Una leve punzada en la base de la nuca lo distrajo, mirando de vuelta a los demás que parecía no haberse dado cuenta de lo que sucedía delante suyo. Hizo un ademan intentando llamar su atención, pero no tuvo respuesta, hecho que no evitó que se pusiera en pie para dirigirse hacía aquella hipnótica figura danzante. La puerta se abrió dejando salir a la doncella, dibujando un rastro oscuro a cada paso que daba. Él la siguió.
Nuevamente otra punzada en su nuca. Cierta inquietud empezó a deambular en su cabeza, empujando sus ideas tratando con dificultad de ocupar un mayor espacio racional conforme seguía a la doncella, pero no fue suficiente. Lo condujo hacia la Mansión Cooper.
Atravesó el marchito y espinado jardín, llamando su atención la derruida imagen de Ezra, podría jurar que por una fracción de segundo pareció moverse para mirarlo. Cruzó la entrada y se tomó unos segundos en el vestíbulo pensando en la razón por la que lo habría traído hasta aquí. La joven dio un salto sobrenatural atravesando el vestíbulo para entrar en la biblioteca. Lo guiaba a algun lado. Patrick se detuvo en la entrada contemplando el desorden de libros por todas partes.
Un ruido llamó su atención, dirigiendo la mirada hacía el escritorio, algo parecía moverse detrás, como si se estuviese intentando esconder. De unas zancadas se dirigió a ese espacio, no encontrando a nadie. Cuando se disponía alejarse, la silla se movió sola pegándose a la pared y unos brazos pálidos salieron debajo del escritorio extendiéndole un delgado libro de lomo dorado.
Se apoyó sobre el libro y mirando debajo del escritorio la figura de Gwoan se desvaneció. El título del delgado libro era Aerthum El Hombre de Campo de Briers Amber.
- “Narraba la historia de Aerthum un pastor de ovejas que todos los días llevaba a su rebaño a pastar por la campiña, a tomar agua del riachuelo que provenía de las colinas. Daba gracias a Zukala Koth por la buena ventura que le otorgaba, postrándose en su gruta altar. Todos los días tocaba una dulce melodía con su flauta de caña para deleitar a su dios y apaciguar al rebaño. Un día llegaron las lluvias y como si se tratase a de un castigo divino, los ríos se rebalsaron, inundando las tierras y arrasando con todo a su paso.
Aerthum corrió hacía la gruta altar de Zukala Koth para rogar por su ayuda. La lluvia se detuvo, los cielos se abrieron y los ríos se retiraron a sus cauces. Con la llegada del sol, Aerthum salió con su rebaño a pastar como todos los días, pero en el camino contempló la destrucción que las lluvias habían causado.
En su mente no cabía el concepto de la muerte, sumergiéndolo en un profundo pesar, descuidando a su rebaño. Pasaron los días y se sumergió más y más en su oscuridad, hasta que delante de él apareció una cálida y potente luz. Una doncella apareció frente a él extendiéndole la mano transmitiéndole calidez a su corazón. En su rostro llevaba una máscara blanca con una expresión partida de alegría y tristeza congelada. Cuestionó su alejamiento de Zukala Koth más no se lo recriminó, instándolo a ponerse de pie y seguir adelante. Pero la duda ya se había echado raíces en su corazón y no comprendía por que debía adorar a alguien que permitía tanto dolor. La doncella se le apareció en repetidas ocasiones, buscando consolar su dolor de muchas formas, pero al final se alejó al ver que ya no había esperanza, dando paso a que las voces demoniacas susurrasen en su mente.
En recorridos si rumbo, Aerthum encontró a un anciano en una derruida cabaña que necesitaba ayuda, consecuencia de los desastres que azotaban las tierras, en su conversación le explicó que la pérdida de su Fe era la causante de todo este mal. La doncella fue enviada por Zukala Koth, para poner a prueba su determinación como creyente. Él lo sabía pues lo mismo le sucedió y falló, al perder a su familia siendo su fe puesta prueba a través de la doncella dorada.
Ahora se habían encontrado y debía tomar su lugar para esperar a su sucesor y ponerlo a prueba por última vez para saber si podría continuar o no con su camino. Las voces en la cabeza de Aerthum lo confundían, indicándole que el anciano solo quería engañarlo y matarlo, incitándolo a tomar la iniciativa. Aerthum cedió a las voces y se dejó llevar, cegado por la ira mató al anciano lanzando su cuerpo al rio. A la distancia vio a su rebaño alejarse y en el centro la doncella resplandecía mirándolo con su gélida expresión ambivalente de siempre. Aerthum con cierta excitación se dispuso a darle el alcance para darse cuenta que algo lo retenía, impidiéndole alejarse de la ruinosa cabaña. Había fallado.”-
Un extraño símbolo estaba dibujado al final del libro. Una risita como de ratón llamó su atención, viendo a la doncella bailarina asomada por la puerta que conducía al vestíbulo. No estaba muy seguro de querer seguirla, pero algo le decía que no lo hiciera. De repente algo lo sujeto de los tobillos, unos pálidos brazos como de adolescentes, jalándolo debajo del escritorio donde antes había visto a Gweon.
El sobresalto lo levanto del camastro, encontrándose en el Hospicio de la Mano Misericorde. Naedrik conversaba con una de las brujas o monjas, o como quisieran llamarse. Ellas voltearon a verlo, preguntándole si se sentía bien. Él hizo ademán de que todo estaba bien y que no debían preocuparse.
Revisando su lecho, vio una silla a su derecha, bastante cerca, descubriendo dos libros uno encima de otro, uno con lomo dorado, el cual reconoció rápidamente, debajo otro con lomo azul y al final, pasando desapercibido una pequeña libreta de cuero marrón.
Quellandra, le comentó a Patrick que esos libros los había dejado un delgado joven demacrado que durante el tiempo que estuvo en recuperación, se sentaba al lado de su cama y se los leía.
///
No hay comentarios:
Publicar un comentario