Siempre se consideró una persona pragmática. Cada cosa tiene su lugar, cada problema una solución y siempre hay un momento apropiado para todo. Esa filosofía lo ha llevado a lograr muchas cosas en la vida y dejar otras que consideraba menos importantes.
Su puesto de adjunto de la gerencia de producción a nivel nacional lo mantenía casi todo el día esclavo de su trabajo, centrando casi toda su vida en ello. Dejando de lado todo contacto con el resto del mundo que tenía a su alrededor, a las personas que se preocupaban por él, a aquellos por los que se preocupó alguna vez.
“Has vendido tu alma a tu trabajo” – alguna vez le dijo una de sus pocas amistades, durante una conversación hace mucho tiempo.
“Las corporaciones son el reino moderno del diablo en la tierra, pues poco a poco se apoderan de tu alma a cambio de promesas de recompensarte con algo. Y mientras mayor utilidad te ven, más te ofrecen, más desean poseerte en cuerpo y alma. Hasta que ya no les seas útil. Y si tienes la osadía de revelarte contra sus designios, ay de ti pobre alma mortal pues te despojaran de todo y te lanzaran al olvido.”
Era una bruja, literalmente. Si bien no estaba de acuerdo con sus creencias, pero era alguien que al menos carecía de la hipocresía que normalmente lo rodeaba, dándole un matiz aún mundano y real a las cosas.
Aun así su sentido de la obligación lo mantenía atado a su trabajo. Su mente analítica le mantenía en la línea directa para conseguir sus objetivos, descartando todo esquema innecesario que no encajase en sus parámetros y procesos definidos.
Un día como cualquier otro, permaneció hasta altas horas de la noche en su oficina. El resto de personal que trabajaba con él fue partiendo progresivamente conforme las horas pasaban.
Su secretaria, la de su jefe, se despidió de él no sin antes preguntarle si se le ofrecía algo más en que lo pudiese atender. El respondió que no, agradeciendo su atención. Ella se despidió cortésmente como era su estilo y le indicó que no se quedara hasta muy tarde. Él atinó a sonreírle y a hacerle una seña con la mano en señal de despedida. Era una mujer alrededor de los 40 años, pero se mantenía como si aun fuera una adolescente de 30. Continuó mirándola hasta que llegó a la puerta del ascensor, toco el botón de llamada y espero. Volteo y lo miro, levantando la mano para despedirse una vez más.
Toda la pared e incluida la puerta de ingreso a su oficina eran de vidrio templado. Esto le permitía visualizar todo el movimiento del lugar, la gente que entraba y salía, manteniendo así un mejor control de su personal. El vidrio contaba con una franja a la mitad donde se visualizaba el logo de la empresa, repitiéndose una y otra vez de un extremo a otro. De la misma forma, desde la base se extendían una serie de franjas serpenteantes que parecían tratar de alcanzar el centro. Con si se tratasen de la llamas azules congeladas.
Encendió la radio para escuchar algo mientras continuaba con sus cosas, sintonizando una estación de entrevistas. En muchos casos pensaba que era mejor escuchar la voz de otras personas que estar escuchando música, pues en cierta manera le ayudaba a mantener su atención ubicada. Trataban acerca de la víspera de todos los santos y una serie de historias y creencias que giraban a su alrededor.
Eran las 22:35 de la noche, la oficina ya se encontraba vacía, todo estaba oscuro. El agente de seguridad pasaría a las 00:00 horas realizando su rutinaria ronda.
Se abrió la secuencia de llamadas y empezaron a atender las preguntas del público. Se empezaron a contar las más curiosas experiencias.
Un ruido llamó su atención y le sacó del trance en el que se encontraba. Le hizo darse cuenta que había dejado de hacer su trabajo y estaba concentrado en la transmisión de la radio.
Se puso de pie y acomodó unos expedientes que tenia a un lado del escritorio. Se dirigió hacia la puerta de la oficina. Cuando poso la mano en el metal para abrir la puerta, sintió una extraña sensación, algo que le remonto a aquellos tiempos lejanos de su niñez cuando tenía el temor de abrir su armario en la noche, por temor a que saliera algún monstruo a atraparlo. Y aunque reconoció que era una tontería, solo atinó a apoyarse sobre la pared de vidrio y pegar el rostro de lado a lado para mirar si había alguien fuera.
Estaba oscuro. Realmente sí que lo estaba. Más de lo normal.
Nuevamente el ruido. Aguzó la vista y vio una luminiscencia entre celeste y blanca, brillantes, al fondo en el pasillo que conducía a los baños. Por una fracción de segundo su cuerpo se engarroto, pero recuperó inmediatamente su compostura al darse cuenta que se trataba de la máquina de fotocopias. Su mente sintió cierto alivio al recordar que el equipo estaba configurado para que cada cierto tiempo realizase un test de sus funciones y eso era lo que estaba haciendo en este momento.
Despegó su rostro del vidrio, sin evitar sentirse avergonzado por el temor sentido, agacho levemente la cabeza y la agitó suavemente de un lado al otro. Sonrió con un sentimiento de culpa.
Retornó a su asiento a continuar con sus cosas. Pasaron unos minutos mientras retomaba las estadísticas de ventas que se mostraban en la pantalla de su computador, cuando algo nuevamente llamó su atención. No había ruido.
Miró hacia la radio y se dio cuenta que estaba encendida. Miró hacia los tomacorrientes y estaba conectado. Se empezó a acercar hacia la radio, deslizando la silla. Conforme se acercaba empezaba a escuchar una especie de murmullos, algo extraño e inentendible. Alcanzó la rueda del volumen y lo alzó al máximo para tratar de escuchar que era lo que sonaba. Parecía estática, pero había algo más. Acercó el oído derecho al parlante para tratar de entender que sonaba. Fue en ese instante que una potente voz sonó haciéndolo retroceder violentamente, una de las patas de la silla se trabo e hizo que se volcara, cayendo aparatosamente.
Su cabeza fue a dar directamente con uno de los lados del escritorio, sufriendo un fuerte golpe que casi lo deja inconsciente, quedando bastante aturdido.
Se arrastró hacia el equipo y buscó el control del volumen para bajarlo. Entre toda la confusión el conductor del programa anunciaba que habían sufrido un desperfecto y la señal había salido del aire por unos minutos, ofreciendo las disculpas del caso a los radio escuchas. Inmediatamente ofreció atender las llamadas del público.
Con dificultad se sentó en el suelo apoyándose contra su escritorio y sintió que su pie se enganchaba con algo, retrajo con fuerza la pierna liberándose de aquello que lo halaba. Se froto la frente con la mano, tratando de reponerse del susto. Su cabeza le daba vueltas.
Pasaron cinco minutos, se puso en pie, volvió a acomodar la silla y tomó asiento. La cabeza le seguía dando vueltas.
Apoyó los brazos en el escritorio y a su vez apoyó su cabeza sobre sus manos. Todo era muy confuso en ese momento.
De repente una voz lo hizo reaccionar, era la voz de una mujer que se encontraba narrando airadamente la historia de una mujer que fue engañada y se quitó la vida en consecuencia.
Miró en dirección a la puerta. Vio que en el vidrio habían aparecido las huellas de unas manos y un rostro en el vidrio. Instintivamente retrocedió con violencia, empujándose con los pies para que la silla se deslizase, chocando esta vez contra la pared a su espalda.
Sintió que algunas cosas empezaron a caer y algunas se rompieron. Vidrios. Vidrios, de un viejo cuadro que uno de los empleados nuevos le regaló hace algunos días, con la finalidad que le permitiese vislumbrar el panorama de las cosas de una forma diferente. En él se encontraba retratada una mujer de rostro dulce en pie de un viejo árbol en medio de un llano verde, mientras los rayos del sol iluminaban su rubio cabello haciéndola casi resplandecer y las hojas del árbol adquirían una tonalidad naranja encendida como si de una tea se tratase. En el fondo un rio claro que se iba oscureciendo mientras recorría de un extremo al otro del cuadro, del cual se veían saltar una serie de peces no reconocibles. Más allá de ello, una colina en la cual una casa se erigía en su cima. La mezcla de colores se podría decir que era particularmente extraña, pues daba la impresión que cambiaban conforme transcurrían las horas del día, adquiriendo un matiz tétrico conforme llegaba la noche.
La voz de la mujer parecía sonar cada vez más fuerte y más fuerte.
En eso las luces se apagaron, quedando en completa oscuridad.
Petrificado, con la respiración contenida y la razón colgándole de un hilo muy fino. No podía moverse. La temperatura empezaba a descender. No podía gritar.
Fue cuando sintió que golpeaban la puerta de vidrio, empezándose a abrir lentamente. Algo había entrado en su oficina. Algo se acercaba a él y no sabía que era.
Alguien susurro su nombre…
Y finalmente gritó. Gritó con todas sus fuerzas como nunca antes había gritado, como si le estuvieran extrayendo la vida con cada nota, una más fuerte que la otra.
Fue en ese instante que la luz volvió y parado a su lado estaba uno de los agentes de seguridad de turno que había sido enviado a verle.
Después de varios minutos, logró calmarse, mientras que el agente le explicaba que él había llamado a la central de seguridad hace 25 minutos reportando que había tenido un ligero accidente y que necesitaba la ayuda de uno de los agentes. Dado que esa noche uno de ellos no se había presentado a laborar, no podrían cubrir todas las rondas, motivo por el cual se demorarían un poco, pero que enviarían a alguien en la brevedad de no tratarse de algo urgente. A lo que él aceptó. Por un descuido la linterna que tenía se había estropeado y debía movilizarse con cuidado. Admitió estar también algo asustado puesto que el apagón los tomó por sorpresa y tuvieron que enviar a uno de ellos a revisar dado las cajas eléctricas, ya que la falla parecía provenir de la central eléctrica del edificio.
Con toda la conversación que le hizo el agente, logró controlarse mejor, recordó haber realizado la llamada mientras seguía aturdido, incluso podría ahora asegurar que había perdido el conocimiento por unos minutos y eso le hizo olvidar haberlo hecho. Le agradeció haberse acercado, que ya se encontraba bien y podía marcharse. Lo mismo haría él. Arreglaría un poco el desastre que había causado y se iría a casa, ya fueron demasiadas emociones por hoy.
El agente preguntó si estaba seguro que lo dejara solo, que podía esperarlo y hacerle compañía, pero él dijo que no, no era necesario. El agente así procedió, no sin antes decirle que si necesitaba algo adicional, no dudara en llamarles.
Lo miro alejarse y tomar el elevador. Él por su parte empezó a ordenar y a acomodar todo el alboroto que había causado. Continuó con apagar las cosas. Fue cuando se percató de una cosa extraña, la radio estaba apagada. El cable de energía se encontraba desconectado. Tratando de ordenar sus ideas, recordó que su pierna se había enganchado con algo y halo simplemente de lo que fuese al momento de liberarse. Entonces, de quien era la voz que había escuchado.
Retrocedió dos pasos y sintió un trozo de vidrio romperse al momento de pisarlo. Su mirada se dirigió automáticamente hacia el cuadro que había caído, encontrándose en el piso, boca abajo.
Se acercó temerosamente y lo cogió, levantándolo lentamente. Se percató que debajo había hojas secas color naranja. Le dio vuelta. El paisaje seguía siendo el mismo…pero en el faltaba algo, la mujer debajo del árbol, ya no estaba.
La puerta empezó a abrirse. Soltó el cuadro, haciendo un ruido amortiguado.
Se puso en pie, mientras veía que la puerta de vidrio se abría lentamente. Pero no se veía nadie que la empujase. Fue entonces cuando vio que en el borde de la puerta se asomó una mano pálida con ligeras manchas verduzcas y de uñas moradas. Sujetó el borde de la puerta y la empezó a abrirla un poco más. Fue en ese momento, cuando se hizo más espacio que empezó a asomarse una cabeza cuya larga cabellera rubia colgaba ocultándole el rostro.
Fue entonces cuando tuvo una visión de las cosas, entendiendo lo que estaba sucediendo. Era ella, a quien había abandonado hace muchos años atrás por avanzar en su carrera, poniendo fin a un noviazgo de años. Al principio cuando recibió el cuadro, le pareció familiar, pero ahora todo cobraba sentido. Era la casa de ella en el campo, de donde tuvo que partir. Ella en su momento de depresión, no logró superar su partida, colgándose de aquel árbol, bajo el cual compartieron tanto durante años y se hicieron muchas promesas. Y aquel joven que le obsequió el cuadro, solo podría ser una sola persona, su hermano pequeño.
Ella entró a la oficina, arrastrando su largo vestido blanco, con los brazos extendidos en su dirección tratando de alcanzarlo, dirigiéndose hacia él.
Fue en ese momento que él entendió que su promesa de que jamás se olvidaría de él había sido cierta.
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La historia se extendió a lo largo de los años y nadie quería ocupar ese piso. La empresa decidió dejar esas oficinas. Y los dueños del edificio optaron por clausurarlo.
Aún se cuenta en los otros pisos, esa historia y de cómo la secretaria aquel primero de noviembre se apersonó a la oficina solo a recoger unos documentos personales que se había olvidado en su escritorio y se encontró con el cadáver del joven colgado en el centro de su oficina.
Sin embargo, eso no fue lo que le hizo perder la razón y lo que la mantuvo durante meses bajo supervisión psiquiátrica. Sino que cuando ella llegó, lo vio sentado como siempre en su oficina. Ella le saludó y él le respondió el saludo. Lo vio con un semblante extraño, pero aun así, sabía que se había quedado como siempre y pensó que esta había sido una de esas noches que se quedaba de un día para otro. Ella al verlo así se acercó a preguntarle si deseaba algo antes de irse. El se puso en pie y bordeo el escritorio hasta ubicarse en centro de su oficina. Él la invito a pasar.
Al ingresar se dio cuenta que la realidad era otra, la oficina estaba hecha un desastre y en el centro él se encontraba muerto colgado de lo que parecían ser unas nudosas ramas que salían del techo. A sus pies, había varias hojas color naranja formando un círculo.
Cuando ella salió corriendo de la oficina, con el impulso la puerta se cerró y aún hasta hoy continúa jurando que tras el vidrio logró verlo a él oscilando, en su rostro se veía una terrible expresión de tristeza y dolor. Como si le estuviese gritando de terror, pidiéndole ayuda. Y a su lado, colgada de igual manera del cuello, una mujer de largos cabellos rubios, que oscilaba al mismo ritmo que con él, con una mueca maniática que parecía de felicidad, mientras lo sujetaba con demencia obsesiva del brazo.
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