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domingo, 6 de noviembre de 2011

UN AMOR DURADERO (Cuento)

Te veo, como nadie podría hacerlo. Te he conocido durante mucho tiempo, desde que no tenía conciencia de mi misma. He compartido tus experiencias como si fueran mías, todas aquellas por las que has atravesado y el dolor que has sufrido.


La vida no siempre es fácil. No para todos. No para ti. Menos para mí. Desde que me rescataste de aquel lugar lleno de deshechos. Fuiste mi protector. Me acogiste en tu casa y me trataste como una hija.

Recuerdo que me hablabas y me prometías infinidades de cosas, las maravillas más grandiosas, los sueños más increíbles que podríamos lograr. Nos dedicaríamos a luchar contra el mundo y haríamos de nosotros mejores que los demás, nos impondríamos al resto y saldríamos a obtener lo que nos merecíamos.

El camino no fue fácil. Nunca lo es.

Y a pesar de todo los malos momentos. Aun así te mantuviste firme. Sé que los golpes que me dabas no eran solo por un momento emocional. Sé que el dolor que en mi causaste no fue por un simple capricho que te pudo florecer. Todo era porque me estabas enseñando a ser lo que soy. Me estabas moldeando como pensabas que debía ser. La forma de educación dulce y severa que recibiste alguna vez, trataste de plasmarla en mí, como el artista que utiliza el lienzo inmaculado, libre de mancha, dando a luz del romance de la inspiración y la creatividad la muestra más pura que el sentimiento puede concebir.

Y aunque en ti fue diferente, deseabas hacer de mí algo mejor, el más grande logro que demostrase al mundo que los medios utilizados al final son justificables.

Ahora te encuentras muerto. Bajo tierra. Y nadie te ha venido a visitar. No hay quien llore tu partida. No hay quien consuele mi pérdida. Ni recuerde la maravillosa persona que eras. Sumergido en la profundidad de aquella fosa en la que te depositaron. Mientras las sabandijas se dan un festín con los restos de tu ser mundano.

Ni si quiera las aves desean posarse en tu lapida. Circundan por el aire, confundidas y temerosas. Y huyen al instante de posarse sobre tu tumba. Solo me quedo contemplándolas reaccionar. Si pudiera reír lo haría. Si pudiera sentir nuevamente esa calidez que nacía en mi interior y se propagaba por el resto de mí ser cada vez que te veía todas las mañanas, lo haría.

Ya no más…

Te amo y velare por ti durante todo el tiempo que me quede, así como tú lo hiciste por mí.

No pudo contener las lágrimas y empezó a llorar…

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La madre preocupada estuvo recorriendo por los varios corredores, entre pabellones, parvularios, cuarteles y criptas. Ella empezó a gritar su nombre y no hubo respuesta. Corría preocupada, preguntándole a cuanta persona vio.

Fue cuando encontró al final de uno de los pabellones a un joven, lánguido y de triste apariencia.

“Calma mujer, no desespere. Su joven cría se encuentra justo ahí, con ella. No corre peligro. Cuídele bien. No deje de amarle, de bien nutrir amorosamente aquel sentimiento de correspondencia para con usted, como para con el mundo. Pues el mundo no engendra monstruos, sino nosotros mismos.”

Ella lo contemplo por unos segundos más y giro su cabeza hacia la dirección donde aquel joven le había señalado. La vio.

Se dirigió corriendo hacia ella, se arrodilló y la tomó en sus brazos. La pequeña contempló a su madre, consternada, por aquel fuerte y temeroso abrazo.

“Madre, estas bien?” – preguntó la pequeña. “No entiendo porque estas triste? Esta señora me dice que esta triste también. Esta llorando por este hombre que se encuentra aquí, dormido. Como tú con el abuelito, allá abajo donde está el árbol grande y raro.”

“No estoy triste pequeña. Estoy contenta por haberte encontrado.” – la madre la volvió a abrazar y le acaricio su pequeña cabeza. Abrió ligeramente los ojos y contempló la lapida donde se encontraba ella arrodillada.

“Incluso hoy, aquí en mi última morada, me mantengo firme en mis ideales. – Elrihm Escultor” – rezaba el epitafio.

De repente se percató de algo. Su hija había mencionado a una señora también. Incluso aquel tétrico hombre le había mencionado que su hija se encontraba con una mujer. Pero haciendo memoria al momento de acercarse no vio a nadie más.

Ella soltó a su hija y la contemplo fijamente. La pequeña dibujaba la más inocente expresión de confusión que solo un niño podía tener. Tanta inocencia junta.

La madre empezó a girar lentamente la cabeza y fue cuando se percató de la figura de una mujer sentada en una especie de pequeño pedestal, toda ella tallada en piedra que alguna vez fue blanca y que el tiempo se ha encargado de matizar de gris ceniza. La mitad de su cuerpo se encontraba recostado sobre la lapida, como si estuviera descansando y protegiendo la tumba a la vez.

La madre tomo a su hija en brazos, se puso en pie de forma casi mecánica y salió acelerando el paso, mientras la pequeña objetaba el hecho de irse de esa manera.

Tal vez, si la pequeña entendiera el pensamiento que su madre tenia en ese momento, se daría cuenta que las lagrimas son un área exclusiva para los humanos y no para las estatuas en un cementerio.

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