El Rio que corre
turbulento, arrastra indiscriminadamente cualquier sangre, el dolor era bien conocido por él, tanto que se podría decir
que estuviese condenado a causarla a quien estuviese cerca suyo. Durante su cruda
infancia, los soldados con quienes compartía sus días, le espetaban ser el
causante de la muerte de su madre al momento del parto. Tal vez tenga que ver
con que su Padre, Terjlich Wülhem, aspiraba como muchos jóvenes guerreros en
Falkovnia, a escalar en la pirámide militar. Su madre, una joven foránea de
rasgos orientales, se vio involucrada con él, en circunstancias que no requieren
ser esclarecidas. De este encuentro ella quedó embarazada y si bien Wülhem no
tuvo mayor reparó en abandonarla para truncar su carrera, una muy minúscula
parte de él vio al recién nacido como una obligación que su honor debía servir.
Ahora bajo su
tutela, dio inicio a su cruento entrenamiento, reconociéndolo como su
protegido, pese a que en su entorno era más que conocida su historia. La
potencia militar y bélica Falkovniana, no reconoce la magia como algo natural,
sin embargo, no deja de tener su espacio en el arte de la guerra. En su afán de
seguir escalando, tomo la oportunidad que se presentó en el ministerio de las
artes arcanas, ofreciendo a su protegido como parte del experimento,
catalogándolo como el paciente K.
El rencor de K
fue su combustible para superarse y buscar la creciente necesidad de ser
aceptado por su Padre, sometiéndose a las más cruentas pruebas, al más terrible
entrenamiento para ser el mejor entre los demás pacientes. Más aún siendo que
su Padre tenía una familia a la que no conocía y conforme se había enterado,
tenía un hijo. Tenía un hermano menor.
Sin embargo, el
destino decidió obrar siniestramente al cruzar los caminos de la familia. Su
adoctrinamiento era absoluto, siendo enviado a pequeñas misiones de espionaje
para comprobar lealtades entre los asociados al Régimen. Por sus manos ya había
corrido sangre, animales y sujetos de rango menor, sin embargo, aún no mataba a
nadie.
Llegó la noche en
que fue enviado a espiar a un Soldado de mayor rango, de quien se creía estaría
proveyendo información a enemigos de la nación. La consigna era obtener la
información a cualquier costo, sin importar las bajas que se pudiera dar de
verse expuesta la misión. Una vez en el lugar, no encontró al agente, pero se
vio sorprendido por un pequeño joven un tanto menor que él. K hizo uso de sus
dotes arcanas, aprendidas durante su entrenamiento, hecho que le daba mayor
ventaja entre los otros jóvenes en el programa. El pequeño estuvo paralizado
del miedo, al ver su gélida mirada de odio. Descubierto y ante la obligación de
cumplir la misión sin testigos, se dio con la sorpresa de verse cavilar la
decisión a tomar por largos segundos. Es cuando el Soldado llega a su casa
descubriendo que era Wülhem, su Padre, a quien debía investigar y, por ende, el
niño por quien se encontraba en la disyuntiva de ajusticiar era su hermano. Wülhem
sacó su espada sin dudarlo y arremetió contra K, ágilmente lo evitó y haciendo
uso de las técnicas mágicas aprendidas, logró sorprenderlo y desestabilizarlo.
Su hermano, zafándose de lo que sea que le hubiese hecho, se abalanzó hasta su
Padre para ayudarlo, poniéndose en el fuego cruzado. La hoja de su Padre destelló,
el chisporroteo de la energía liberada por K, la sangre de su hermano salpicando
por el lugar mientras su cuerpo golpeaba pesadamente al suelo.
Todo el duro y
cruento entrenamiento recibido había desaparecido, nada lo había preparado para
esa escena, para ese dolor, para ver reflejada su inocencia moribunda junto con
la de su hermano. En su mente algo colapso e hizo que todo el rencor que su
corazón guardaba retrocediese. Todo se movía lentamente a su alrededor, los
gritos de su Padre llamando a sus subordinados, la sangre del pequeño Denlon deslizándose
por el piso, los soldados arremetiendo en la habitación y golpeando a K hasta
derribarlo.
Su Padre se tomó
a Denlon en sus brazos y se dispuso a ir con los sanadores en busca de un
milagro, mientras con mayor de los desprecios berreaba, “Maten ese Perro”.
Lo arrastraron
hasta afuera en medio de una noche sin estrellas, aún sin salir del shock. Y si
bien lograste escuchar los gritos de tus verdugos, no lograbas atinar que cosa
intentaban decirte o que estuviese sucediendo. De repente, oscuridad.
Abres los ojos y
con inquietud ves que te encuentras en otro lugar en una especie de tienda con
los toldos abierto al viento, sin embargo, silencioso. Una pequeña lámpara de
aceite arde inquieta a algunos centímetros tuyos, mientras alguien se encuentra
atendiendo tus heridas.
Con voz calma pero firme te recordar un familiar ahora lejano - Mi nombre es Heinzu Shurido, no te muevas, estropearas mi trabajo -
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