Había preocupación en el rostro de Daleska, que les hablaba con cierta dificultad mientras miraba cada cierto rato por encima de su hombro, como si le preocupase la reacción de Larshela. Basile la tomó nuevamente del brazo pidiéndole le muestre el lugar preguntándole por las actividades que realizaban como tratando de despejarla un poco.
Keijo y Naedrik caminaron por el lugar contemplando la situación, mientras que Marek se alejó buscando un lugar fuera de la vista de los demás para revisar el Escrito que le habían enviado a conseguir. – Maximiliam Robsperrier – leyó una vez más el nombre del titular, pensando ¿dónde lo había escuchado?, mientras levantaba la vista para asegurarse que nadie lo estuviese viendo. Y, aunque si bien se encontraba determinado a completar esta encomienda para seguir escalando de posición, cierta inquietud se encendió en alguna parte de sus entrañas. Volvió a guardar el documento y sin mediar palabra con nadie salió del Hospicio.
Keijo logró identificar a uno de los heridos, tenía un aspecto particular, distinto al de cualquiera de los que se encontraban siendo atendidos, muy parecido al de uno de los barbaros que irrumpió con un oso en casa de Patrick. Era uno de los que habían ido a buscar a Naedrik. Se acercó para asegurarse que no pudiese escapar, para luego dirigirse donde ella para contarle su hallazgo.
Ante la noticia, Naedrik se dirigió rápidamente donde su hermano tribal, mientras Keijo continuó deambulando por el lugar, indiferente ante todo lo que venía pasando, pensando que esto no era lo que debería estar haciendo, pues debía estar ayudando a los inocentes, a los necesitados. Se iba perdiendo en sus pensamientos en medio de las víctimas del fuego, del caos y la desesperación.
Cuando Naedrik lo vio, lo reconoció, su nombre era Dormak, uno de los jóvenes guerreros, siempre dispuesto a prestar servicio. Sus heridas se veían de gravedad y a pesar de los intentos de las Hermanas, no hubo mucho que pudiesen hacer. Se puso de rodillas y trató de hablar con él. Este la reconoció de inmediato, tomándola de uno de sus brazos, pidiéndole perdón por lo sucedido. Oghmara, la madre de Naedrik, había enloquecido al enterarse que no había muerto en el sacrificio y al darse cuenta que las cosas habían dado un giro inesperado, atacó a varios miembros de la tribu que se le opusieron, quedándose solo con los que la apoyaban, ya sea por convicción como por miedo. Los que sobrevivienron a su ira, escaparon con rumbo desconocido. Al final, durante sus cavilaciones, envió a un grupo a esta ciudad para buscarla, mientras al resto los guió hacía el bosque, al oeste, para prepararse para lo siguiente. Le apretó fuertemente el brazo y le pidió perdón una vez más por lo sucedido, desplomándose en su sitio. Había fallecido.
Un grupo de soldados irrumpió en el salón, levantaron la voz exigiendo la presencia de la persona a cargo. Detrás de ellos un pequeño contingente de guardias de aspecto distinto permanecían esperando sin hacer mayor aspaviento. Al parecer eran miembros de la iglesia de Ezra, reconocibles por el símbolo de la espada larga sobre el escudo y la rama que los adornaba. Una mujer vestida en túnicas grises se abrió paso parsimonioso entre ellos, con las manos juntas por delante a la altura de la cintura, como en señal de plegaría, mientras contemplaba con frialdad tras sus anteojos a tantos heridos. Una de ellas, percatándose de su presencia se puso en pie torpemente para caer de rodillas frente a ella, extendiendo sus brazos en señal de súplica, gritando le sea perdonado. Los guardias de Ezra adoptaron postura defensiva a lo que la mujer levantó su mano derecha en señal de no tomar acción. Ante eso, más personas se acercaron pidiendo a la sacerdotisa les conceda la misericordia y salvación de Ezra.
Los guardias públicos continuaron exigiendo la presencia de Larshela, quien se hizo presente con toda calma, mientras que con tan solo la mirada les indicabaa a sus protegidos no intervinir.
- Buenas tardes, ¿a qué debemos el placer de tan noble visita? Me alegra ver que cuando nos encontramos en problemas, la Hermana Mary viene con nosotros a compartir su sabiduría, rodeada de sus guardias. – la expresión de Larshela se endureció, mirándola con serveridad directo a los ojos.
Soreana, se acomodó las gafas, tratando de disimular su incomodidad – Hermana Larshela, hemos venido a visitar el lugar debido a los incidentes ocurridos en la ciudad. Y ver de que manera podemos ayudarlos en estos momentos de oscuridad. – haciendo una señal con la mano izquierda, los guardias se separaron en dos grupos para revisar el lugar por los flancos, mientras ellas conversaban.
Al ver esto, los seguidores de Hala se dispusieron a prestar oposición, pero Larshela, levantó la voz – No intervengan, déjenlos ser, que hagan su trabajo – manteniendo su lugar y firmeza. - Veo que las “misiones” de caridad los tienen bastante ajetreados, supongo que esto debe estar sobrepasando sus libros de contables. Talvez su Praesidius no está arreando a sus ovejas como debería. ¿Cómo sigue de salud? Podríamos prestarles ayuda si la necesitan. – en el rostro de Larsela pareció formarse una genuina expresión de congoja tras sus palabras, pero contrastaba con la sórdida mueca burlona que luchaba contener.
Soreana inclina la cabeza, moviendola ligeramente de lado a lado en señal de desaprobación.
Uno de los guardias gritó rompiendo el tenso momento. – Mi Señora, hemos encontrado esto – levantando en una mano un paquete cuadrado medianamente del tamaño de uno de los tomos de oración que sabía revisar en la biblioteca de la catedral, solo que este contenía unos símbolos extraños en la cobertura y amarrado con una soguilla simple por los cuatro lados.
- Vaya, vaya, vaya, que interesante. Veo que las actividades de este lugar se han extendido más de la cuenta querida Hermana – mirando de soslayo a Larshela sin perder la atención de lo que le habían acercado.
Keijo quien estuvo revisando el lugar, se percató que el paquete lo encontraron ubicado bajo una de las columnas. Al parecer la persona que ocupaba ese espacio había desaparecido.
Patrick se hizo presente en ese momento, junto con otras personas a las que Keijo reconocido de inmediato, los Padres de Henmas, a quienes se le veía bastante preocupados. Junto a ellos un sujeto en armadura, algo de uso poco habitual en la ciudad. Keijo se acercó donde ellos para averiguar que sucedida, enterándose que Henmas no había vuelto a casa desde anoche. Esto se le hizo extraño pues no hace mucho que lo habían visto y los había ayudado a encontrar el albergue de los niños. Al enterarse que Keijo estaba en la ciudad lo fueron a buscar, llegando a casa de Patrick, quien los condujo a este lugar, pues en lo que averiguaron les indicaron que había sido visto con una de las “brujas” del Hospicio.
La discusión entre Larshela y Soriana, llamó la atención de Patrick, quien al ver los símbolos en el paquete que portaba el guardia, se dio cuenta que se trataban de símbolos de abjuración y evocación. El paquete parecía dañado soltando finos hilos de polvo amarillento que se iba espaciendo en el aíre, dejando una ligera nubecilla. Sin aviso alguno los simbolos emitieron un brillo naranja intenso, encendiéndolo, deflagrando en medio de todos ellos. Un circulo de fuego se extendió en un radió de 4 metros, pero la explosión pareció haber sido contenida por algo antes de suceder.
Varios de los guardias habían caído, mientras Soreana sujetaba a Larshela, casi como abrazándola, mientras una especie de delicada neblina las rodeaba como si de una especie de escudo protector se tratase.
Las llamas empezaron a extenderse por el suelo de madera del lugar, mientras Patrick, Naedrik y Keijo, asi como la congregación y los guardias, por indicación de Soreana, ayudaban a las personas a salir del Hospicio. Daleska se encontraba inconciente en el piso, pues era una de las personas que se encontraba cerca del lugar de la explosión. Sin embargo, a Basile no lo veían por ningun lado. Fue sino hasta el momento en que Soreana comenzó a preguntar si alguien conocía a uno de los fallecidos por la explosión. Al parecer esa persona había contenido la fuerza de la explosión con su cuerpo, lanzándose sobre el paquete antes de que explotara.
Naedrik reconoció el cadáver tendido de Basile, quien, al parecer habría prácticamente lanzado a Daleska lejos de ese sitio, para luego hacer a un lado a quien estuviese frente suyo y lanzarse en medio de todos para evitar otra tragedia, recibiendo de pleno el impacto de la explosión.
…
Larshela les contó la verdadera razón del por que había venido al Hospicio. Su Orden había dispuesto enviar un contingente armado más grande para tomar control del lugar, pero ella pudo intervenir solicitando, casi suplicando, un trato más benévolo ante los recientes eventos. Como era de esperarse, el “aquelarre de brujas” había sido visto como responsable de los incendios en la ciudad. Soreana había tomado conocimiento de los rumores del incendio ocurrido en el Hospicio, siendo que este era un lugar bastante alejado de los incendios mayores, debía ser necesariamente investigado.
Ambas se dirigieron a la capilla acompañadas por Naedrik, Patrick, Edmond y Keijo. La pequeña capilla era el lugar donde se congregaban a rendir culto a Hala. El intenso olor a quemado era notoriamente más fuerte conforme se acercaban. El lugar se encontraba, a primera vista, sin daño, pero al ingresar se percataron de la realidad que estuvieron trantando de ocultar. A la altura del altar, en la esquina derecha, un gran forado se había abierto entre las paredes. Las oscuras quemaduras se hacían notar por el lugar, mientras los escombros daban muestra de que algo terrible se había abierto paso en este lugar a través del suelo. Naedrik, Patrick y Edmond se acercaron para revisar la zona con mayor detalle. Por esa esquina faltante de la capilla, lograron notar oscuras quemaduras en el terreno que se iban alejando erráticamente del lugar, resultando ser las marcas que Marek logró vislumbrar por la calle cuando llegaban al Hospicio y la razón por la cual otras personas habían estado esparciendo más rumores desde entonces. Keijo permaneció en la entrada de la capilla aún absorto en sus conflictuados pensamientos.
Bajo los escombros, descubrieron un tunel que parecía haber sido abierto por debajo de la capilla. Sin embargo, no se veía señal de haber sido excavado, sino daba la impresión como si la piedra hubiese sido fundida. Se pusieron de acuerdo para descender por el túnel y ver a donde conducía. Sin embargo, era estrecho y solo permitía bajar a una persona a la vez. Amarraron a Edmond por la cintura, le entregaron una antorcha y descendió por el túnel. Le tomó unos minutos poder llegar hasta el final del túnel, desembocando por una pared a casi a metro y medio del suelo. Una caverna subterránea se abría delante de él. El piso estaba fangoso, algo resbaloso, pero le tomó un momento afirmar su paso. El hedor a putrefacción era intenso y restos de varias criaturas se podían ver esparcidos por diferentes lugares. Aguzo la vista lo más que pudo hasta lo que le permitió la antorcha que había llevado.
Se mantuvo por varios minutos contemplando el lugar, vislumbrando dos posibles tuneles por los que se escuchaban ruidos chapoteantes. Algo parecía acercarse. Entre el tenue reflejo de la antorcha que llevaba y las sombras que esta formaba, en la oscuridad aparecieron un conjunto de pequeños y brillantes puntos, multiples ojos y dientes que se venían acercando, mientras un borboteo empezó a hacer eco por todas partes. Estaba siendo rodeado.
Varias criaturas escualidas de un mortecino color verdozo, se acercaban con cuiriosidad para ver quien estaba invadiendo su espacio, pronto sus feroces y amenazadores rasgos dieron paso a siniestras y aberrantes criaturas que lo veían con malignas intenciones, lanzándose contra él. Los escazos mechones de cabellos daban paso a fauces llenas de dientes ennegrecidos por la pútrida carne de sus victimas, mientras largas y mortales garras se extendían para alcanzarlo y despedazarlo brutalmente. Girones de ropa amarradas a su cuerpo cubrían aquellas partes más delicadas de su anatomía.
Edmond desenvainó su espada y encaró con valentía oleada tras oleada los frenéticos ataques de garras y dientes, pero se vió superado. Mientras tanto en la capilla, lograron escuchar el grito final de dolor del guerrero. Naedrik se avalanzó por el túnel, mientras Keijo reaccionó ante la amenaza que parecía cernirse sobre ellos. Soreana y Larshela los miraron sorprendidas ante los desesperados intentos de entrar por el túnel entre los escombros. Keijo, le siguió y continuación Patrick. Sin embargo, la disposición del túnel no les fue propicia para poder manejar una estrategia adecuada y hacer frente a esta ominosa amenza.
Conforme iban saliendo por el túnel, veían con terror que su antecesor ya había caído antes de que llegasen a ayudar. Hasta que al final, todos cayeron victimas de la blasfema maldad que habitaba debajo de la pequeña capilla.
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