Sacó la cabeza de entre sus brazos,
mostrando las marcas en su piel enrojecida.
Lo reconoció, era Algier, su esposo.
Ilse, lo llamó por su nombre tratando
de hacerlo reaccionar y ver si es que tenía idea de donde se encontraban.
Un espantoso sonido resonó en el
lugar, como si arañasen una superficie algo afilado. Las velas se apagaron.
Ilse gritó el nombre de su esposo sin
importarle el dolor lacerante que sentía en su garganta.
El sonido se detuvo y las velas se
encendieron. Diez velas ahora alumbraban el lugar. Ilse y Algier se miraron
fijamente con expresión de terror en sus rostros. Algier tenía una mordaza de
metal en la boca con un pequeño candado a un lado de la cabeza, lo que le
impedía hablar. Dos abrazaderas se extendían por su espalda hasta conectarse
con una especie de chaleco de cuero duro. Dos cadenas descendían hasta el piso
para conectarse con una base laminada, anclada en el suelo. Como si estuviesen
sincronizados giraron la cabeza para ver a la persona que había aparecido en el
extremo de la mesa más cercano a ellos. Otra persona en la misma situación, con
la cabeza recostada sobre sus brazos, inconsciente.
Ilse, gritó amargamente pidiendo
explicaciones a quienes estuviesen haciéndoles esto, pero no obtuvo respuesta.
Maldecía repetidamente mientras se agachaba por debajo de la mesa para revisar
las cadenas que apresaban sus lastimados tobillos. Sin embargo, la impresión de
que algo parecía moverse en la oscuridad debajo de la mesa, la hizo volver a
sentarse nuevamente para sentirse ingenuamente a salvo bajo la luz de las
velas.
Algier, tanteaba con sus manos la
mordaza que tenía puesta, sintiendo una placa metálica dentro de su boca. Le
hacía señas a su esposa tratando de comunicarse, pero no se daba a comprender,
hecho que lo frustraba aún más. Giró la cabeza a la derecha y se dio cuenta que
las cortinas grises se habían separado en ese extremo, mostrando una pared morada
tornasolada. En ella se encontraba colgado un gran cuadro en marco
aparentemente de madera dorada, con un diseño de ondas entrecruzadas entre sí.
La pintura era totalmente negra, sin embargo, daba la apariencia de que la
oscuridad plasmada fluía como si se tratase de alguna especie de líquido
espeso. Debajo del cuadro, un altar se mantenía sombrío y abandonado.
- ¡Algier! ¡Mira! – le gritó su
esposa, volteando asustado a verla, quien le señalaba en dirección a la otra
persona.
Patrick Jane, levantó la cabeza. Un
dolor en la nuca le hizo llevarse una mano a esa zona para ejercerse
ligeramente presión como si intentase darse un masaje, mientras trataba de
estirar el cuerpo para liberar la tensión de los músculos. Cierta incomodidad
le hizo darse cuenta que tenía una especie de cofia metálica encima. Esta se
encontraba conectada a unas barras curvadas de metal que descendían por ambos
lados hasta conectarse a una especie de anillo metalico que rodeaba su cuello.
Una cadena y un cable se conectaban por detrás cayendo hasta el piso,
perdiéndose en la oscuridad del lugar.
Algier e Ilse se miraron con expresión
desencajada, pues no daban crédito a lo que veían. Y si su esposo no hubiera
tenido esa mordaza bloqueándole la boca, hubiera expresado al unísono con su
esposa la misma palabra. - ¿Hijo? -
+++
Patrick aún confundido miró al
rededor, sintiendo la presión en su cuello. No podía dar crédito a quienes veía
frente suyo. Apoyó ambas manos encima de la mesa con más fuerza de la que esperaba,
poniéndose en pie de golpe sintiendo el tirón de la cadena que lo retenía desde
su cuello - ¿Qué sucede aquí y que hacen ustedes aquí? – gritaba
mientras se concentraba para conectar su mente con la de ellos, pero nada pasó,
solo un peculiar zumbido en sus oídos. Extrañado, se tomó un momento para
aclarar su mente y pensar en lo que sucedía. Un recuerdo violento golpeó su
conciencia, una marea de garras y dientes rasgaban su carne. Recordó haber
estado en una situación imposible de la forma más inverosímil, cayendo por un
pozo hasta llegar a enfrentar un nefasto destino. - ¿Estoy muerto?
– diciendo ello para sí mismo, en voz muy baja. Sin embargo, los ecos resonaron
en el lugar preguntando lo mismo, pero las voces que escuchó replicantes no
eran la suya sino la de los otros, de Keijo, de Naedrik, de Edmond y de muchas
otras personas que no reconoció.
+++
- Hija,
¿qué es todo esto?, ¿por qué estamos aquí?, ¿por qué nos haces esto? –
Naedrik volteó al escuchar gritar a Roeghard, mientras lágrimas negras surcaban
las pálidas mejillas de Oghmara, cayendo sobre el rojo mantel que empezaba a
motearse de manchas oscuras. Al otro extremo Delwrym se mantenía frente a un
recién nacido.
Naedrik miraba angustiada sin
comprender lo que sucedía, mientras la sangre le escurría por los brazos, la
cual brotaba de los surcos abiertos en su carne, consecuencia de los ataques
violentos que había sufrido en aquella caverna. Se cubrió el rostro con ambas
manos como tratando de obligarse a despertar de esta pesadilla tan aterradora.
+++
Bajó sus manos ensangrentadas, sin
comprender que hacía el detestable de su padre y su indefensa madre en el mismo
sitio frente a él. Keijo no entendía lo que venía pasando, especialmente porque
no reconoció a la mujer que se encontraba frente a ellos sujetando a su
hermano, Denlon.
+++
Por encima del pequeño altar se abrió
un agujero en el medio del gran cuadro, lanzando una gran cantidad de papeles,
lienzos y bosquejos, sobrevolando por el salón, cayendo encima de la gran mesa.
En ellos podían ver escenas de la vida de cada uno: la pira del sacrificio de
Naedrik y la vaharada de niebla que los cubrió a todos; las alcantarillas
abarrotadas de alimañas lanzándose para devorar a Patrick justo en el instante
en que un banco de niebla se arremolinó para salvarle, la espada del verdugo
que caía inexorablemente para ajusticiar a Keijo por haber asesinado a su medio
hermano justo en el momento en que fue tragado por la bruma que exhaló el
terreno donde se encontraba arrodillado, el circulo de guerreros asesinados y
el preciso instante en que Edmond caía al vacío brumoso de un precipicio, el
incendio en la gran ciudad, el rescarte de los infantes y todas las cosas que
han venido sucediendo una vez reunidos. Es como si, todo lo que ha venido sucediendo
hubiese sido orquestado por algo con algún propósito, conduciéndolos al lugar
en donde están precisamente ahora.
El agujero se cerró cuya superficie
aún parecía moverse, como si las fauces de una bestia se estuviesen relamiendo
los colmillos al ingerir o expulsar algo. En la parte inferior derecha del
cuadro se vislumbró a una joven en medio de un terrible incendio.
Un estridente ruido de llantos llenó
el lugar, tan fuerte que los obligó a taparse los oídos. En el centro de la
mesa tres bebes aparecieron, como si hubiesen brotado de entre los pliegues del
mantel rojo. Lloraban inconsolables. Reconocieron a los pequeños que salvaron
del albergue en llamas. Sus colorados rostros denotaban una agustiosa desesperación,
sin asomo de consuelo ni calma.
+++
Una figura oscura se elevó del piso
entre el gran cuadro y la mesa, mientras los goblyns se acercaban por ambos
lados, habían tomado a los bebes, llevándoselos a la figura oscura, colocándolos
de tal forma que daban la impresión de estar presentando una ofrenda en un altar
profano. La oscura figura levantó un largo puñal de hoja senoidal con extraños
símbolos que brillaba ligeramente por la luz de las velas.
+++
La expresión en su rostro congeló a
Patrick, al reconocer a Gwoan era quien sujetaba la hoja y estaba a punto de
realizar un acto tan abominable y perturbador. Mayor fue su sorpresa al
reconocer que el niño que sujetaban se trataba de Gilen Bluntchard, el hijo
recién nacido por el que fue inculpado de su desaparición. La mueca burlona en
el rostro de Gwoan era perturbadora en extremo, fijando su mirada directamente
a la de Patrick.
Bajó la mano que sujetaba el puñal sin
contemplación, asestando un golpe tan potente que todos, en cualquier instancia
en la que se encontrasen, sintieron el impacto.
+++
Todos gritaron con desesperada
frustración al no poder hacer nada. Mayor fue su terror al sentir en sus manos
un líquido caliente escurriendose entre sus dedos. Al bajar la mirada, su mano
empuñaba el arma asesina mientras la sangre chorreante recorría la hoja. Al
levantar la mirada se paralizaron al ver que eran ellos mismos quienes habían
asestado el golpe, encontrándose en el lugar donde estaba inicialmente el
victimario.
Mientras del otro lado, donde antes se
encontraban sentados, se hallaba mirándolos maliciosamente el asesino,
asintiendo una y otra vez con la cabeza, aplaudiendo en señal de aprobación lo
que habían logrado.
Keijo había asestado el golpe a Denlon
mientras la mujer lo miraba, así como Patrick a Gilen mientras Gweon le
aplaudia y Naedrik a un niño que desconocía mientras Delwrym se carcajeaba. Los
instintos de Naedrik le gritaban lo peor, pues al ver los rizados y rojizos
cabellos solo le hicieron suponer que se trataba de su hermano no nato.
Los pequeños bultos enrollados se
encontraban en la mesa, en silencio, con un semblante cadavérico, sobre un
amplio y húmedo telar rojo.
Las luces nuevamente se apagaron por
unos segundos, para volver a encenderse solo siete velas.
Los infantes habían desaparecido, asi
como los goblyns y la figura oscura. De repente unos bultos cayeron del techo deteniéndose
de golpe en el aíre por encima de las otras sillas. Cuerpos humanoides encapuchados
colgaban del cuello, oscilantes, zarandeándose y pataleando desesperadamente buscando
tierra firma para evitar se les escape la vida. Algunas cuerdas se rompieron,
dejándolos caer violentamente contra el piso, levantándose ya aprisionados de
alguna manera.
Las luces se volvieron a apagar, para
volver a encenderse solo cuatro velas.
En la gran mesa rectangular, todos se
encontraban sentados, Naedrik, Patrick, Keijo, Edmond, Marek y varios de los
aún encapuchados, unos inconscientes sobre la mesa, otros aún tirados en el
suelo.
Las luces se volvieron a apagar para
solo volver a encenderse una vela.
Una mortecina luz iluminaba el salón,
dando paso a la luz de un cielo nocturno que entraba por un inmenso tragaluz
que había aparecido en el techo del salón, mientras el candelabro permanecía imperturbable,
colgado en su centro. Las oscuras nubes se iban despejando para dar paso a una
luna llena en todo su esplendor, en la cual, se parecía delinear un rostro siniestro.
Lentamente la luna se iba haciendo más y más grande, como si la cosmología en
este lugar se hubiese quebrado, dando la impresión que estuviese cayendo sobre
ellos. La luna empezó a girar sobre su eje, sin control, tornándose en un
borrón entre amarillo y rojo, que tras varios minutos de girar frenéticamente fue
desacelerando, hasta detenerse en un el último giro, oscureciendose todo el
cielo por una fracción de segundo como si algo hubiese parpadeado, parpadeado...
Un gigantesco y grotesco ojo sanguinolento cubrió todo el cielo, cuya encendida
pupila había tomado el lugar de la luna, cambiando de forma y tamaño en un iris
tornasolado, como si estuviese aguzando la vista para poder verlos a todos.
La ultima vela se apagó, dejando todo
en tinieblas y una voz escalofriante se dejó escuchar por todas partes:
- Estoy jalando sus hilos, retorciendo
sus mentes y destrozando sus sueños… -
Tu visión era brumosa, sin poder
identificar exactamente quien se encontraba frente a ti, agradeciéndole a un
presunto poder superior por tu milagrosa recuperación. Sin embargo, entre toda
la confusión, tus últimos recuerdos aún golpeaban en tu cabeza, era terrible al
verte caer por un hoyo oscuro hacia la nada, siendo arrastrado por un sinfín de
garras inhumanas. Sacudes la cabeza, colocando la palma de tu mano izquierda en
tu frente, como tratando de ayudar a despejar estas imágenes. Logras ver los
vendajes que cubren tu cuerpo, nunca antes te viste de esta manera.
Lentamente tu visión va mejorando,
llegando a distinguir a Daleska quien se encontraba sollozante a un lado de tu
lecho. Y conforme te ibas esforzando, más y más podías ver a los demás que se
encontraban cerca tuyo siendo atendidos.
Sin embargo, como si todo lo que
habías vivido hasta el momento no se te había hecho lo suficientemente extraño y
escalofriante, no esperabas que la siguiente sorpresa fuese tan rápida. La
puerta del lugar se abrió abruptamente, azotándose con fuerza al cerrarse. – Lo
lamento, continúen, continúen. – una voz suave se escuchaba disculpándose con los demás por el descuido. Unos pasos presurosos se acercaron
a ustedes. No solo fue el hecho de escuchar su acentuada y exagerada voz casi
musical, sino el hecho de verlo pararse delante de ti, como si se hubiese hecho
manifiesto un espectro de ultratumba para reclamarte de vuelta al inframundo. Tomó
a Daleska por los hombros – Que alegría que vuelvas con nosotros. Te
abrazaría, pero creo que no sería el momento adecuado. – las lágrimas surcaron
su blanca piel, mientras apartaba sus largos cabellos rubios de la cara para
enjugar sus mejillas con un pañuelo turquesa de encaje.
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