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viernes, 4 de agosto de 2023

CAP 2 | I. ENTRE LA DICHA Y EL LAMENTO

El dolor en su cuerpo iba y venia, hecho que indicaba que estaba sanando, al menos eso era lo que decía alegremente la hermana Quellandra, quien los venía atendiendo. Era una joven delgada, de rasgos finos, pero aspecto demacrado. Miró de lado a lado desde su camastro, entre la oscuridad nocturna del lugar, logrando ver a los demás que se encontraban descansando. Apoyó la cabeza sobre una improvisada almohada hecha con telas enrolladas, descansando después del esfuerzo que acababa de hacer, mirando absorto aquel techo desconocido. 

Frente suyo, una fila de alargadas ventanas recorría de un extremo al otro de la pared. Solo la ventana que se ubicaba justo frente suyo se encontraba descubierta, mientras que las demás tenían las cortinas cerradas. Por fuera, una rama sin hojas oscilaba proveniente de algún árbol cercano que no podía ver en ese momento. De esa rama se proyectaban otras cinco ramas más, como si una mano marchita le estuviese saludando. Sintió un extraño impulso de devolver el saludo, pero se contuvo al pensar bien lo ridículo que sería. Algo se iba deslizando por el suelo, reconociendo que se trataba de la sombra que proyectaban las ramas de la ventana, que se arrastraba de forma extraña, deteniéndose repentinamente como si se hubiese dado cuenta que había sido descubierta. Sintió alivio al ver que nada sucedió y solo se trataba de sus nervios… Hasta que vio que la sombra comenzó a agitarse, despegandose de la superficie del suelo para elevarse en el aire como una siniestra garra cadavérica formada de humo negro. La garra cerró los dedos, dejando extendido solo el que sería el dedo índice.

Al ver esto, trató de sentarse en el camastro, logrando solo apoyándose sobre sus brazos y poder levantar el cuerpo, estirarndose lo suficiente como para poder ver de que se trataba. El espectral dedo apuntó hacía una zona de oscuridad absoluta. Todo su ser gritaba que algo terrible estaba apunto de emerger de ese lugar. Los segundos pasaron estirándose de forma casi infinita, pero nada sucedió.

Se desplomó sobre el camastro, aguantando el dolor y apretando los ojos. Exhaló largamente aliviado. Abrió los ojos y contempló el mismo techo desconocido. El sueño empezaba hacer más y más pesados sus parpados, abriendo y cerrando los ojos, repetidamente. Lentamente el techo pareció desvanecerse con cada parpadeo. La temperatura del lugar descendió drásticamente, dando paso al ruido de insectos y de animales agazapados entre los extraños y grandes arboles frondosos que parecían tapar el cielo de nocturno. Una terrible sensación de tristeza y dolor invadió repentinamente su ser. La luz de una fogata llamó su atención, sentándote rápidamente espantado al darse cuenta que ya no estaba en el hospicio y todos los demás se encontraban descansando alrededor del fuego.

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