El ruido de caballos acercándose los despertó. El verde claro rodeado de arboles en el que se encontraban los sorprendió por unos minutos. El sol brillaba en lo alto y no había señal de los gitanos, ni de su caravana donde se suponía se encontraban al momento antes de dormir.
Un sendero se abría entre los arboles conduciendo hacía un camino amplio que cruzaba el bosque. Sin embargo, otro ruido atrajo su atención. Los sollozos de unas mujeres en aparente angustia.
El grupo recogió sus cosas dirigiéndose hacia los sollozos. Marek se adelantó sigilosamente para poder observar lo que sucedida. Avanzó un par de minutos, viendo un claro extenderse frente a él. Un grupo de criaturas grandes y brutales comían pedazos de carne cruda, mientras en el centro de ellos un conjunto de mujeres elfas permanecían asustadas llorando. Una de ellas, que resaltaba entre las demás por su fortaleza y belleza, se puso en pie animándolas – No teman – les decía tratando de calmarlas – Paladine nos protegerá – mientras trataba de tomar con sus manos a las más cercanas a ella.
- ¡Silencio! – bramó una de las criaturas – Vuelve a hablar y tus compañeras pagaran el precio – arrancando otro pedazo de carne cruda.
Marek decidió volver, pero el grupo ya lo había seguido, delatando su posición inadvertidamente, llamando la atención de las criaturas que se encontraban muy cerca pero que no habían logrado ver.
Del árbol donde ellos se ocultaban, se asomaron dos de esas criaturas a las que Patrick logró reconocer, gracias a sus conocimientos, como Ogros.
El ataque fue feroz, pues las grandes criaturas utilizaban sendos troncos como garrotes y aporreaban brutalmente al grupo, quienes al verse superados emprendieron la retirada hacía el claro donde habían despertado.
Los ogros los persiguieron aumentando su número y por ende la amenaza. Pero ante lo inevitable de verse atrapados, un grupo de caballeros aparecieron con sus caballos a darles pelea a los ogros. Keijo arrastró el cuerpo de Naedrik, quien había sido derribada por un golpe certero. Al ver que el peligro continuaba, dejó su cuerpo a buen recaudo entre los arbustos.
El grupo salió al camino, donde se veía una gran carroza de buena manufactura. Un grupo de caballeros permanecía en el rededor protegiendo el lugar. De repente un grupo de ogros salió de entre los arboles para hacerles frente y atacar la carroza. Los gritos desesperados de una mujer se hicieron escuchar.
Los caballeros se vieron superados por los ogros, comenzando a aporrear la carroza. Marek, Keijo, Edmond y Patrick se dirijieron a ayudarlos.
Era inevitable, la violencia con la que atacaban los ogros era brutal, logrando destruir la carroza. Asi mismo, Edmond y Patrick habían caído durante el combate.
Cuando Keijo y Marek, estaban a punto de emprender la retirada apareció el grupo de caballeros de vuelta al camino, para hacer frente a los ogros restantes.
El caballero que lideraba esta tropa era un hombre de casi dos metros de alto, hombros anchos, rubio y de gran bigote arreglado que caía, portando una armadura de placas y una sobrevesta con el diseño de una rosa roja.
Este hombre se dirigió hacía los restros de la carroza, con notorio miedo en su rostro. Cogió varios trozos, lanzándolos para descubrir una terrible escena, lo que lo hizo caer de rodillas al piso entre lagrimas.
Todo frente a ellos se hizo brumoso, para aparecer frente a un espejo en un gran salón, dentro de algún lugar que desconocido.
Al fondo de gran salón circular se encontraba un pesado trono, tallado en mármol veteado de negro y con gemas color rojo sangre incrustadas. El trono se ubicaba sobre un estrado de cuatro niveles. Un balcón se elevaba a su espalda, mientras por ambos lados unas escaleras conducían hacia el lugar.
El salón que en algún momento estuviese cubierto de lujos, ahora se mostraba en decadencia, consecuencia de un incendio infernal. Las alfombras se encontraban ennegrecidas y manchadas de moho. Las vigas de madera tallada del techo se encontraban carbonizadas y manchadas con excrementos de murciélago. Fragmentos de cristales y velas rotas se encontraban por el piso, provenientes de un enorme candelabro que se había estrellado contra el suelo.
Los únicos objetos en la sala que parecian estar en buen estado eran una serie de seis espejos, tres a cada lado del trono, montados en las paredes. Los espejos eran de forma ovalada y medían aproximadamente unos dos metros de alto y un metro de ancho. Cada uno encerrado en un marco de hierro negro forjado en forma de rosas entrelazadas, rematadas con espinas afiladas.
Sentado en el trono, un caballero con una cota de malla negra deslustrada. Las manos del Caballero, se encontraban apoyadas en los brazos del trono, siendo más que piel quemada y llena de ampollas estiradas sobre huesos secos. Su rostro, visible sin el casco, era una ruina espantosa, quemada y podrida. Sus ojos se encontraban cerrados, pero una amenazadora luz naranja resplandecia bajo sus traslúcidos párpados.
La armadura del Caballero parecía antigua, un estilo del que Edmond dijo no haber existido en siglos, o tal vez ni siquiera haya existido. Tanto la malla como el acero estaban cubiertos de vetas de hollín. El olor a humo se percibía en el aire. En su peto, abollado y fundido como si hubiese sido golpeado por una potente ráfaga de calor, tenía grabado en relieve casi imperceptible, una rosa.
La figura estaba completamente quieta sobre el trono, excepto por su boca, que parecía musitar palabras incomprensibles. Las manos permanecían quietas como la muerte, mientras su larga espada permanecía inerte sobre su regazo.
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