Marek, cayó de rodillas en el ennegrecido, frio y rocoso piso del salón. Extendió los brazos de par en par. - Maestro has despertado por fin. Estamos aquí para servirte. – inclinando la cabeza en señal de sumisión.
- No me cabe duda sirviente, pero, aun así, no han justificado esta
insolencia. Hablen ahora o perezcan sin más para formar parte de mis huestes. –
su voz resonó en todas direcciones para clavarse directamente en su cabeza como
promesa de un castigo por venir.
- Maestro, es un desperdicio para el mundo que alguien de su
magnificencia este contenido en sus propios sueños y pesadillas. El destino de un ser tan poderoso como usted
es gobernar estas tierras, aquellas más allá del horizonte incluso aquellas más
allá de las brumas. Usted debe gobernar a todas las razas, y no solo a esas
patéticas criaturas llamadas elfos. Déjenos ser sus heraldos, proclamaremos en
todos los reinos que Lord Soth de Sithicus ha despertado, oh pueblos sírvanle o
sufrirán su ira. – gotas frías de sudor surcaron la frente Marek, mientras
esperaba que su albur funcione.
Soth, los observó por unos segundos, mientras
los demás se hincaron servilmente imitando a Marek. Sus fulgurantes ojos
naranja se entrecerraron analizando la situación. – Este lugar no merece mi atención,
pues mi permanecía aquí es una afrenta a mi destino. Por mí, este lugar puede
irse al mismo averno con todo y sus habitantes, pero hay cuestiones más
urgentes que requieren mi atención en este momento. – elevó su enguantada mano
en una señal que reconocieron de inmediato, envuelto en llamas y dispuesto a
chasquear una vez más los dedos. El calor se hizo notorio en el lugar y en la piel
de todos.
- Tráiganme a Kitiara y veremos realmente si son tan capaces como
hasta ahora. – el fuego en su mano se extinguió, dejando entrever unos hilillos
de humo esfumarse entre sus dedos. – ¡Escudero! – retumbó el salón con la voz
de caballero oscuro – ve con ellos y asegúrate que mis ordenes se vean
cumplidas. –
De entre las sombras se vio aparecer al pequeño y salvaje enano con
el que se habían enfrentado en un principio al llegar a estas tierras. El
extraño licántropo enano-tejón, con furibunda mirada los repasó a cada uno,
gruñéndoles, mostrando sus ennegrecidos colmillos. Era obvio que no se
encontraba muy contento con la idea de tener que ayudarlos, especialmente sabiendo
que tenían cuentas pendientes entre ellos.
El enano se acercó hacía la escalinata que conducía al trono de Soth,
para hurgar entre los restos de algo (o alguien) que pareció haber sido quemado
hacía algún tiempo. Un medallón cuya forma aparentaba tener la forma de una
flor, una rosa, que colgaba de una cadena ennegrecida. Los restos de bastón de
madera cuyo extremo se bifurcaba en forma de una V, sobresalía de entre esos
restos.
Azrael, tal como decía llamarse el enano, ordenó dirigirse a Har-Thelen
para buscar a los elfos que ellos habían ayudado anteriormente. Al parecer,
habían comenzado a recobrar la memoria y podrían ponerlos en camino a la dama
azul.
Con el despertar de Soth, la destrucción en Sithicus se había
detenido, los temblores de tierra habían cesado y las grietas comenzaron a
cerrarse.
Al llegar a la ciudad, sus habitantes estaban menos desorientados,
pero al verlos llegar su xenofobia permanecía inamovible, mostrándose
evidentemente incómodos con su presencia, que de no ser por la presencia de Azrael,
el escudero de Soth, los hubieran sacado de la ciudad a empujones.
En su recorrido una mujer se acercó al grupo y con notoria renuencia
se dirigió a Marek, quien la reconoció como Hethanna, la Elfa a la que salvaron
de Azrael y sus esbirros.
Con cierta torpeza, le acercó un paquete envuelto en una tela sucia
y mal oliente, que sin esperar más tiempo para que lo tome, se lo aventó prácticamente
a sus manos, para alejarse rápidamente y evitar las miradas juiciosas de sus
pares.
Marek logró tomar con agilidad el paquete evitando que este cayera. Percibieron
la mirada de todos los que se había percatado de la maniobra que había
realizado. Sin mayor consecuencia, guardó el pequeño paquete alejándose de la
vista inoportuna, siendo seguido por los demás para descubrir el contenido del
misterioso obsequio. Un rugido los despabiló a todos, al momento que Azrael
gritó - A correr duendes. A continuar con sus patéticas vidas en otra parte –
Marek abrió el paquete, más con temor que con cautela, para
encontrar una pequeña caja de madera con diseños elfos. En su interior una mata
de pelos negros acunaba unos largos y sucios piezas largas de aparentes cuarzos
blancos.
Una vez a buen recaudo, revisaron con mayor detalle el contenido de
la caja. Naedrik pudo determinar que los restos correspondían a un animal del
bosque, un lobo, pero que por sus proporciones pareciera ser un animal bastante
grande. Al sacarlo de la caja las piezas se encontraban unidas por un delgado y
ligeramente flexible hilo, pero que al tacto se sentía raro. Pareciese ser una
especie de collar tribal. Según las viejas costumbres, el adquirir partes de
estos animales confería al usuario ciertas habilidades afines a la criatura.
Patrick, revisó también la baratija, descubriendo que entre las
piezas se observan antiguas runas, fácilmente confundibles con la suciedad que
las cubría, pero no estaba muy seguro de comprenderlas. El objeto en sí contaba
con propiedades mágicas, dado que desprendía una tenue aura de magia
transmutadora.
Azrael, recogió la tela con la que estuvo envuelta la caja,
revisándola, extendiéndola con ambas manos, mirándola por detrás, delante y a
contra luz, olfateándola y finalmente lamiéndola. Le tomó unos segundos y
apretando el puño, estranguló la tela en su interior. - Esos restos pertenecen
a los lobos que viven en los bosques en las cercanías de Kendralind. De donde
ya antes habíamos tenido noticias de avistamientos de la dama azul. –
Keijo, se acercó a ellos con la caja en la mano, la cual habían
dejado de lado para centrarse en la bagatela de restos de animal. - Esto tal
vez sea importante, miren el interior de la caja. - señalando el fondo negro y
sucio, que con mayor atención pudieron ver que el fondo negro y endurecido
describía la figura en bajo relieve de lo que pudo ser un medallón en forma de
flor, de una rosa.
Azrael, buscó entre sus cosas, sacando el medallón que había
recogido en el salón del trono, contando que se trataban de los restos de un
Kender que su Señor castigó por no cumplir su labor cabalmente. El objeto encajó
con la moldura. El Enano continuó contándoles, muy divertido, que este Kender
buscó el objeto del deseo del Amo, pero intentó sacar provecho de ello, sin
asegurarse que su moneda de cambio no estaba completa. A este medallón le falta
la gema central, un zafiro que según contaba la historia contenía el espíritu
de Kitiara. Por esa razón, sus cenizas decoraron el salón del trono.
Sin embargo, ahora tenían una pista certera de que la joya se encontraba
en los alrededores de esa apestosa villa.
Azrael, dio un grito de emoción, más tétrico que alegre. - Vamos a
Kendralind, de inmediato -
El camino a Kendralind fue tranquilo, sin mayor complicación, lo
cual les permitió contemplar el cambio notorio en el panorama y los efectos
causados por la ausencia de Soth, que, si bien la naturaleza del dominio es de
por sí lúgubre y deprimente, la devastación en el reino fue terrible.
Kendralind, era una pequeña villa de quizás no más de una docena de
hogares Kender, los cuales en mejores tiempos estuvieron rodeados por huertos y
árboles frutales. Las covachas construidas entre los árboles, ahora yacían
derruidas, así como los puentes, escaleras, sogas y plataformas se caían en
pedazos de podridas. Los que alguna vez fueron vivaces jardines y trabajados
huertos, ahora se encontraban abandonados y cubiertos por la mala hierba. A
eso, se sumaban las grietas que se abrieron en el suelo, lo que había tumbado varios
árboles donde se ubicaban, tragándose varias de las covachas. Si bien ahora,
las grietas se venían cerrando, habían dejado cicatrices significativas en el
terreno.
- ¿Qué es lo que desea el Amo de nosotros sus siervos? - una voz
seseante se deja escuchar como si fuese el mismo viento el que estuviese
hablando arrastrando las hojas. Una criatura pequeña, delgada pero esbelta
apareció hincada delante de ellos como si hubiese brotado de la tierra. Su piel
era de tonalidad grisácea y sus ropas eran de cuero de piel de animal. El
cabello en su cabeza era negro y largo, amarrado terminando en una cola de
caballo. Su mano derecha se apoyaba sobre la tierra, mostrando unas garras
oscuras y la mano derecha se extendía sujetando una especie de báculo cuyo
extremo superior se bifurcaba en dos, de cuyos extremos colgaba una especie de
cinta ondulante en cuyo centro un pedazo de cuero viejo los unía.
Azrael interrogó a la pequeña criatura, preguntándole acerca del
paradero de la joya y los lobos. Manteniendo la vista en dirección al piso aún
sin darles cara, el Kender respondió que desconocía el paradero de aquellas
cosas que buscaban.
Algo llamó la atención de los demás pues mientras el Enano y el
Kender conversaban, se dieron cuenta que, en los alrededores, entre los
escombros y los árboles, se movían y asomaban otros Kender que intentaban
curiosear para saber lo que pasaba. Durante ese tiempo, tanto Keijo, como Marek
y Naedrik se percataron de unos cajones alargados y rotos, que sobresalían de
entre las grietas abiertas en la tierra. Patrick al percatarse de esto atinó a
decir, por la forma, interior y disposición que tenían, se trataban de ataúdes
abiertos.
El Kender aún en reverencia, le preguntó al Enano, por alguien
llamada Tickelmop, a lo que Azrael soltó una carcajada socarrona. El Kender
cerró lentamente la mano que apoyaba en la tierra, denotando que perdía la
paciencia. Los otros se mantenían expectantes.
- ¿El Amo ha puesto fin a su labor? – la voz seseante parecía luchar
por contener su amargura – ¿Tickelmop ha muerto? – la mano que sujetaba el raro
báculo, apretaba con más fuerza. A lo que Azrael respondió – Digamos que tu
querida Tickelmop va a estar fuera de servicio por un largo tiempo – soltando
otra risotada burlona.
El Kender finalmente levantó su cara, mostrando sus terribles y
feroces facciones, ojos en blanco, tez pálida y colmillos extendidos, lanzándose
contra el Enano. A un solo grito todos los Kenders desataron su furia contra el
escudero de Soth.
El grupo adoptó posición defensiva, espalda contra espalda, para
cubrir los flancos, viendo como de varias partes se lanzan las pequeñas
criaturas contra Azrael. Desenvainaron sus armas a la espera de un inminente
ataque, pero al parecer se habían ensañado contra el enano.
Marek, de repente sintió que algo se deslizó entre sus piernas, obligándolo
a romper la formación realizando un grácil movimiento para blandir su estoque,
pero se detuvo casi al mismo instante al contemplar que se trataba de Hethanna,
quien los había seguido sin ser notada.
Les hizo señas para que la siguieran y salió corriendo en dirección
al bosque.
Aprovechando que Azrael estaba envuelto en un problema mayor, no
perdieron el tiempo y decidieron seguirla. La elfa era muy ágil, más de lo que
pareció la última vez que estuvieron en la misma situación, según recordaba
Marek. Parecía estar un paso más adelante de ellos, pero cuando estaban a punto
de alcanzarla parecía haber alejarse inexplicablemente. La persecución los
condujo a un claro donde una elevación de rocas negras se extendía hacía lo que
parecía ser una montaña. Hethanna se encontraba de pie señalando la entrada de una
caverna.
Grandes rocas se encontraban rodeando la entrada, como si se
hubiesen desprendido de la montaña por los fuertes temblores. La Elfa levantó sus
sucias manos en señal presurosa para que se acerquen, ingresando al interior
sin esperarlos más tiempo.
Conforme se acercaron manchas oscuras decoraban la entrada, así como
uno que otro resto humanoide explicaba el porqué de las señales de lucha. El
hedor a muerte los recibió con un golpe directo al estómago. Marek y Keijo
encendieron las antorchas y tras unos minutos de caminar, el ambiente cambió a
cálido y húmedo.
En el interior encontraron varios montículos con restos humanoides y
objetos que emitían uno que otro destello casi obsceno ante los ojos avariciosos
de cualquier aventurero. Marek y Patrick cubriendo los flancos, ubicándose
rápidamente para revisar la existencia de algo que pudiera ayudarlos en caso
sea requerido. Naedrik, Keijo y Edmond vigilaban expectantes a lo que sea se
avecine.
Algo llamó la atención de Marek, al ver que Hethanna se había
escabullido dentro de un gran montículo, mirándolo desde el interior. Le hizo
una seña para que se acercase y se ocultó nuevamente para evitar ser vista.
Marek extrañado pensó que le quería mostrar algo, a lo que la invitó a salir de
ese lugar acercándose con la antorcha para alumbrar mejor el espacio. Tal fue
su sorpresa que no pudo contener un leve grito ahogado por su propia mano al
cubrirse la boca por el susto, al descubrir los restos a medio comer de
Hethanna con una expresión de terror en el rostro que lo distorsionaba de forma
muy grotesca. Al parecer estaba muerta desde hace bastante tiempo. Del interior
de su boca sobresalía un trozo de cadena que se le hizo familiar.
Aquel grito había atraído la atención de algo más, algo que se comenzó
a moverse en la oscuridad confiado y cuya respiración comenzó a escucharse casi
a propósito como intentando de instar el miedo en el corazón de los invasores.
Unos grandes ojos brillantes se reflejaron por las antorchas, dando
paso a una gran garra negra. Ante ellos un inmenso lobo negro se hizo presente
dispuesto a demostrar quién era el dueño del lugar.
La lucha fue terrible, cobrando sangre por sangre, pero al final el
grupo pudo imponerse a la feroz abominación.
El espeluznante espectro de la elfa se posó encima del cadáver de la
bestia y como si intentase hacer una mueca siniestra comenzó a señalar con la
cabeza hacía abajo, en dirección al lobo…
…al interior del lobo.
Sin mayor demora se lanzaron a trozarlo sin contemplación, hurgando
entre sangre, viseras y tripas. En su interior encontraron aquello que Soth
buscaba con tanta ansia, un zafiro con forma de un capullo de rosa, el cual
parecía tener una pequeña grieta en el centro.
Recogieron todos los objetos que pudieron y los guardaron en tres
cofres que arrastraron con lo que les quedaba de fuerza hasta fuera de la caverna.
Una vez ahí el cielo ya se había tornado oscuro y Soth se encontraba frente a
ellos.
- Las cosas que encontraron dentro pueden quedárselas, pero lo que es
mío, deben entregármelo de inmediato – ante la notoria orden amenazadora su voz
trataba de disimular un atisbo de emoción de un corazón muerto.
Por un breve instante todos dudaron lo que debían hacer, pues, fuese
cual fuese el resultado traería consigo una oscuridad mayor más allá de su
comprensión. Con un suspiro de resignación y cansancio, tomaron sus armas una
vez más.
- Que así sea – las palabras de Soth hicieron que un escalofrío
recorriese el cuerpo de todos ellos.
En el preciso instante en que se disponían a lanzarse en combate, entre
Soth y ellos apareció el zafiro flotando en el aire, cuya grieta empezó a
extenderse más y más, emanando un intenso destello azul que se extendió velozmente
como una onda, oyéndose una poderosa explosión como si cientos de cristales
estallaran a la vez, quedando deslumbrados por unos segundos. Del suelo brotaron
densos rosales rojos frente a sus ojos, rodeándolos. En el centro de ellos la dama
azul, Kitiara, se había hecho presente.
- Gran Señora de Dragones – dijo Soth con una voz casi como un susurro. –
Acercate, ven a mi lado y ocupa el lugar que te corresponde, Kitiara –
La mujer de rizado cabello negro, era exactamente igual como la recordaban
en las ilusiones de los espejos. De una belleza particular y porte marcial, vestida
en una elaborada armadura azul de piel de dragón. Sin embargo, su mirada
parecía distinta, como si fuese más fría y calculadora.
Miró ambos bandos y lentamente dio sus primeros pasos en dirección
al Caballero Oscuro.
- Sí. Gran Señora Uth Matar. – dijo Soth – Eres mía… para siempre –
Al escuchar esto Kitiara se detuvo. La furia se hizo presente en su
rostro como si de repente le hubiese venido a la cabeza algún conocimiento olvidado.
– ¿Tuya? ¡Me abandonaste hace siglos! Ningún hombre me ha reclamado como su
propiedad. Yo seré quien elija y jamás escogería a un traicionero trozo de carne
carbonizada como tú. – tomó aire y recuperó la compostura. – La gema esta rota y
ahora soy libre, algo que jamás podrás ser. – Volteó a ver al grupo y esbozó
una ligera sonrisa torcida, asintiendo con la cabeza en señal de
agradecimiento.
Un zumbido intenso se comenzó a escuchar como en preludio a una
inminente desgracia. Soth desenvainó su espada y se lanzó hacía el grupo.
Kitiara volteó a verlo y profirió un potente grito. Las rosas rojas
que los rodeaban se tornaron inmediatamente negras desprendiendo sus pétalos al
aire, los cuales se convierten en cientos de cuervos que comenzaron a revolotear
cual enjambre, envolviéndolo a Soth, graznando sin cesar como recordándole sus
pecados.
De la caverna vieron salir volando a Shadow, el grajo mascota de Maga
la errante, graznando – A través del Señor Oscuro – dirigiéndose directamente
hacía Soth para impactar en su pecho. Una potente luz emanó de ese lugar abriéndose
delante de ellos una especie de portal muy parecido al que ya habían visto al
entrar en los espejos.
- A través del Señor Oscuro – se dejó escuchar nuevamente.
Su sequito de Caballeros esqueléticos se hicieron presente para ayudar
a su amo, a lo que el grupo al ver esto y sin pensarlo ni un segundo más,
tomaron sus cosas lo mejor que pudieron y se lanzaron hacía la figura brillante
que era Soth, atravesándolo.
/ / / FIN DEL CAPITULO 2 / / /
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Un ruido llamó su atención. Tomó el porta velas y se puso en pie hacía el salón. Abrió con cuidado la puerta, pues se quejaba más que algunas hermanas que conocía. El mal de la edad le decían. Hacía frio esa noche.
Cubrió la llama con la otra mano para evitar que las corrientes de aire puedieran apagarla, habían dejado nuevamente algunas ventanas abiertas y las cortinas ondulaban libres, casi de forma fantasmagorica. La tenue luz noctura le permitió ver un poco más allá de lo que podía alcanzar su laboriosa vela.
La Hermana Quellandra no dio crédito a lo que veían sus ojos, pero era sabido lo generosa que había sido Hala con ellos.
Habían vuelto...
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